Han pasado siglos desde mi transformación. Siglos soledad.
He sobrevivido a mi amada. También a mi creadora. Y espero en mi lecho
de tierra y musgo a que la sed me lleve o a que una revelación me obligue a
levantarme. Pero me río de todos mis sueños,
de todas mis esperanzas. El destino nunca ha querido ponerse de acuerdo
conmigo.
El deseo por una mujer, que resultó un vampiro, fue la causa de mi
transformación. El amor por una humana, a la que volví inmortal, provocó su
muerte. Mi miedo a la soledad me privó de amigos y compañeros. Y finalmente, lo
que me despierta de mi letargo, es un sueño.
“Sigo a una quimera con un vestido rojo. Voy tras ella, pero me cuesta
seguirle el paso. Me mira por encima del hombro con una sonrisa perversa y va
cantando mi muerte a todo el que quiera escucharla. Es monstruosa y sus largos
colmillos me amenazan. Aún así, la sigo y no tengo miedo. Doy la vuelta a la
esquina y está copulando con un hombre degollado. Su sangre mancha el cuerpo de
cabra, mientras rasca la base de su cola de reptil. La lengua del león lame la
herida de su cuello hasta que me ve y se lanza al mío. Siento un increíble
deseo por el ser que me está matando.
Abro los ojos y estoy dentro de una mansión, con una mujer hermosa. Yo
la amo. Sé que la amo, pero ella no me quiere. La sigo hasta cuando huye de mí.
Se cansa. Me manda fuera antes del amanecer. Pero tampoco tengo miedo. La
muerte no me asusta y por fin volveré a ver la salida del sol. Siento sus rayos
en mi cabeza, en mi cuerpo. Pero el astro no calienta. Un grito a mis espaldas
y dos explosiones. La mujer se está quemando con los rayos que me bañan y la
quimera estalla en llamas. Yo no puedo parar de reír.
De un salto he llegado al salón de la mansión. Está llena de seres.
Humanos y Vampiros, brindando en copas de oro y plata, bailando y riendo.
Intento que me den una, pero nadie me ve. Sacudo a un hombre vestido de negro
que se ríe como un poseso. Se inclina hacia delante y su cabeza me traspasa. No
tengo cuerpo. Soy sólo una sombra. Y nadie puede verme. Mi desesperación crece
y algo me atrapa el corazón. Algo que lo aprieta fuerte y fuerte. Quiero gritar
y no puedo. Quiero andar y no puedo. El círculo de gente se cierra entorno a mí
cada vez más. Grito y pataleo, pero no me hacen caso. Me están aplastando. Una
espalda contra mi nariz, un torso que presiona mi cabeza. Con la presión, cruje
mi cráneo, se rompen mis huesos. Oigo las risas de mi amada y la quimera me
lame los dedos de una mano. Ella sí tiene espacio. Abro la boca en un grito
silencioso. ¡No me sale la voz! ¡Duele! Mi cuerpo duele. Mi alma amenaza con
destruirse. ¿Es que nadie me ve? ¡No puedo respirar!
Un momento… No necesito respirar…
Mi alma estalla rechazando a los que me amenazan, ahora silenciosos.
Todos arden en el fuego que yo he provocado, pero no ellos no gritan. Sus
rostros son máscaras bancas, morenas. Impasibles.
Pestañeo y estoy en el cementerio. Una mujer de cabello rubio se
acerca a mi tumba. Me ve y se abalanza sobre mi cuello. La aparto. ¿Es que no
me pueden dejar tranquilo? Con un siseo se tiende sobre el mármol de mi ataúd y
se vuelve de piedra. Con su mano me tiende una rosa que empieza a manar sangre.
Todo se inunda con el líquido rojo. El mar de sangre me arrolla lanzándome al
suelo. El néctar que me da la vida empieza a ahogarme, penetrando en mi nariz y
anegando mis ojos. Se empieza a secar sobre mí, cristalizando mis pulmones.
Aplastándome. No estoy asustado, sólo un poco incómodo.”
Al abrir los ojos, la tierra los inunda. Durante siglos he dormido en
el lugar que me corresponde y la madre me acogió en su seno para curar mis
heridas. Repto hacia la superficie sabiendo que es de noche y la luna me dará
la bienvenida al mundo. Pero… ¿durante cuánto más tiempo?
FIN
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