Pasan los años… Y él todavía se pregunta cómo cayó en una trampa tan
vil. No termina de acostumbrarse a la naturaleza de la bestia que se agita en
su interior. Ni a la aterradora belleza de su mundo. Le apasiona, pero a la vez
le asquea.
¿Cómo algo hermoso puede condenar la vida, la humanidad?
El cambió su humanidad por una noche de éxtasis que luego no fue tal.
Y el recuerdo de tamaña estupidez le perseguirá siempre.
Y, esta vez, siempre es mucho tiempo… Una eternidad.
Se solaza en su quimera todas las noches, pero no consigue olvidar su
error. No encuentra el placer que busca entre sus brazos. Ella le habría matado
aquella primera noche si hubiera mostrado el mismo entusiasmo. Pero un despojo
maldito nunca podrá competir con su cuerpo de antaño. Ardiente. Vibrante… Vivo.
Ahora, encaramado en lo más alto de la torre del campanario, entre sus
amigas las gárgolas, observa el cielo negro plagado de estrellas, mientras
ruega por una intervención divina que le libre de sus más bajos instintos.
Apoya su mano derecha en Deimos, la gárgola en forma de pájaro
infernal. La izquierda, en Fobos, el demonio astado que parece salido de la
mismísima morada de Lucifer. También ellos parecen mirarle con reproche por no
aceptar la naturaleza de su condena. Una naturaleza que el resto de los
malditos adora y disfruta.
Todos le rehúyen. Lo conocen como aquel que reniega de las maravillas
de su nueva vida. Como aquel que no disfruta de la esencia de la sangre. Es un
paria entre los condenados. El más maldito entre los malditos. Una criatura de
la noche que aborrece el brillo de la luna. Un ser repleto de sombras que sueña
con ser alcanzado por un rayo de sol.
Sólo Ella es su consuelo en la perpetua oscuridad. Su carácter ansioso
y vivaz le atrae como la muerte al gusano. Ansiosa por la risa, por el mundo,
por la vida…
Bebe de Ella, intentando recuperar con su sangre las condiciones
perdidas, rechazando los talentos encontrados, aborreciendo cada segundo las necesidades
impuestas. Todavía maldiciendo por haber conocido a una quimera una noche de
verano.
Su mundo es el invierno; nunca más sentirá la hierba caliente por el
sol en las plantas desnudas de sus pies. Sólo la siente húmeda y fría.
Su mundo es el sueño; nunca más verá a los animales retozar bajo los
rayos del sol. Tan sólo a las pequeñas alimañas guardando la noche eterna.
Un chapoteo se oye a su espalda, procedente de la laguna maldita. Se
gira lentamente hacia el otro extremo de la torre, resignado a que aparezca
algún ser de su especie para perturbar la paz tan fervientemente buscada. Sabe
que no encaja en la antigua casa de placer, con sus moradores oscuros y sus
hábitos viciosos. Pero no sabe a dónde huir. Y nunca le ha gustado estar solo.
Se apoya en la piedra, oteando por entre los cipreses y las ramas de
los chopos la superficie oscura del agua. Ni un soplo de brisa. Ni el canto de
un grillo. Tan solo las ondas hipnóticas deslizándose con suavidad hasta la
orilla arenosa.
Una explosión de agua interrumpe la calma, y una belleza morena
aparece de la nada como una ninfa de plata a la luz de la luna. La oye cantar y
reír. La ve sumergirse de nuevo. Y le atrae hacia ella como una sirena.
No duda en bajar de la torre y dirigirse a su llamada.
Reconoce su risa.
Es Ella.
Se detiene al cobijo de una línea de tres chopos, para observarla sin
ser visto. Un rugido desdeñoso desgarra su garganta. Esa es su naturaleza.
Observar sin ser visto. Ver los días pasar sin saber cómo disfrutarlos. Tan
sólo esconderse de su mundo de tinieblas.
Y Ella es luz en la oscuridad. La cura de su alma rota, que se
desangra cada segundo un poco más.
Como cada vez que la ve, siente un hambre voraz, y una sed que le hace
desear estar muerto. Cada día, de cada semana, de cada mes durante todos esos
largos años, ha mancillado el cuerpo ardiente con su boca y su miserable
enfermedad. Bebiendo de Ella su sangre; y con cada gota de sangre, un pedacito
de su alma, intentando así restaurar la suya perdida.
Ella… Más allá de toda belleza, es cálida, y está viva. Y consigue que
su corazón apagado lata con una fuerza que no tenía siendo humano.
La ha visto crecer. Ha pasado de ser una adolescente prometedora a
toda una mujer arrebatadora. Todo curvas y piel ardiente.
Puede verla en la distancia como si estuviera a sólo unos pasos. Se
deleita con la visión de sus miembros largos y desnudos. Recorre ávido con la
mirada su silueta, siguiendo la línea de los finos huesos de sus brazos;
acariciando con las pupilas la curva sinuosa de su hombro, para perderse en el
hueco de su elegante clavícula. Descendiendo después hasta la marca perpetua de
su seno izquierdo.
Un estremecimiento recorre su espalda ya de por sí helada.
Su marca.
El la ha tatuado para el resto de su vida… Y quiere matarse por ello.
Pero se acerca a la orilla con pasos lentos, sus pisadas atenuadas por
la mezcla húmeda de tierra y hojas muertas. La huele en la distancia. Siempre
sangre y especias. Ese aroma que la hace única en su mundo corrompido. Un olor
que le tortura a cualquier hora del día y de la noche. Y que es más fuerte con
cada zancada que da en su dirección.
Se vuelve sin sobresaltos. Está acostumbrada al mundo en el que ha
crecido, para el que ha nacido. Esclava de sangre de los malditos. Aunque desde
que la mordió por primera vez, se ha dedicado en exclusiva a él, en cualquier
momento puede ser reclamada por otra criatura. Sólo de pensar que otro pueda
maltratar su cuerpo, sus entrañas se revuelven contra la posibilidad. Y por las
miradas que viene observando, no tardarán en llamarla.
Le sonríe con dulzura y saluda con un gesto de la cabeza. Empieza a
dar saltitos hacia él, hasta que el agua le llega a la cintura y puede andar
con mayor facilidad. Se le seca la boca al contemplar su desnudez. Desea ser el
agua que resbala perezosa por sus muslos, la arena que se adhiere a sus pies
esbeltos. La gota que se balancea en la punta de su nariz y que cae en su
vientre, perdiéndose en los rizos oscuros entre sus piernas.
Pero sobre todo, desea hundirse en ella, clavar sus colmillos
profundamente y convertirla en lo que él es para salvarla de la posibilidad de
que otro la reclame.
Ella es suya… Y la marca de su pecho así lo advierte. Pero su
debilidad para enfrentarse al resto de su especie la está llevando lentamente a
la ruina.
Se detiene frente a él, a escasos centímetros. Le observa tan
fijamente como él a ella, sin una pizca de temor. Alza una de sus suaves manos
para apoyársela en la mejilla y sonríe comprensiva.
—Estás hambriento.
Le acaricia hasta la nuca, y empieza a acercarle a ella. Apenas tiene
que hacer fuerza, él se dirige ansioso a su alimento.
Bebe de Ella con ansia, maldiciendo cada gota vital que se cuela en su
garganta, pero disfrutando de cada segundo que está en contacto con su piel.
Pronto su hambre es saciada y se aparta con aspecto avergonzado, intentando no
mirar sus ojos oscuros.
—Lo siento.
Sonríe compasiva y vuelve a acariciar su mejilla helada.
—Llevas años diciéndome lo mismo cada vez que te alimentas. Sé lo que
soy. Me criaron para esto y lo acepto —acaricia sus labios, ahora de un rojo
brillante, con el pulgar—. Tú, sin embargo, rechazas las ventajas de la sangre —silencio—.
¿Por qué?
Fija sus pupilas en Ella, del todo asombrado. Nunca han hablado. Jamás
han mantenido una conversación. En todos esos largos años, él nunca pensó que
la joven pudiera sentir curiosidad por sus acciones, ni por sus sentimientos.
Ni en sus más oscuros sueños ha imaginado que Ella se interesara por algo tan
despreciable como él. Y ahora…
—Yo no soy como tú —empieza algo cohibido—. Yo no nací así. Cometí un
error que mereció un castigo eterno —alza una mano hasta posarla sobre la de la
mujer, acariciando los dedos largos con verdadero placer—. No condeno los poderes de la sangre, sino el daño que
tengo que hacer para poder disfrutarlos.
Baja la mano por su brazo todavía algo húmedo, hasta llegar a la marca
de su seno. Con un sollozo, se deja caer de rodillas frente a Ella, apoyando la
cabeza en su pecho.
—Siento esa marca que he dejado en ti para siempre, igual que lamento
mancillar tu cuerpo cada noche.
Sus brazos le rodean el cuello, acercándole más aún a su corazón.
—Siempre llevaré con orgullo esta marca y me siento honrada de poder
mantenerte vivo con mi sangre.
Hunde los dedos en su pelo, provocándole sensaciones que creía
olvidadas, mandando una descarga de lujuria por sus miembros aletargados y
despertando su maltrecho corazón con sus palabras sinceras. Otra razón más para
amarla; nunca le engañaría, siempre intentaría convencerle con la verdad.
—Adoro la sensación de tu boca en mi piel —continúa algo avergonzada—.
Adoro cada momento que no consigues mantener el control de tus manos y se
apoyan en mi cintura mientras bebes. Deseo que pasen las horas con celeridad
hasta que llegue el momento en que vuelva a verte para poder mantenerte vivo –
le aprieta aún más contra su pecho –. Lo único que siento es no poder rechazar
la llamada de otro maldito. Quiero ser únicamente tuya, mantenerme pura para
ti.
Alza la cabeza, intentando mantener la boca cerrada. ¡Le desea! ¡Le
ama! De la misma forma que el a Ella. Con la misma necesidad.
Pero otro ya la ha llamado. Y él cree saber quién.
—No puedes ir con él —ordena, con la certeza de que va a perderla.
—Lo que no puedo es rechazarle mientra sea mortal.
Sus palabras son elocuentes, pero más aún la mirada de desolación y
esperanza que aparece al decirlas.
Se levanta con rapidez y camina hasta apoyar la frente contra la dura
corteza de un chopo muerto. Oye a las
hormigas corretear por el interior. Escucha los insectos comer la madera
podrida. Y a su cabeza vuelve el recuerdo de su dolor, de la falta de aire, de los chasquidos de sus huesos, de la
quemazón en su interior. También la soledad y el aislamiento. La sensación de
no encajar en ninguna parte. ¿Cómo podría condenar a una vida al tormento que
él sufriría para siempre? ¿Podría maldecir al único ser que amaba a una vida
incompleta?
El pensamiento cruza con celeridad por su cabeza.
Sí.
Porque la ama, hará lo que Ella le pide. Y también por su necesidad de
que sea sólo suya. Por amor… Y por egoísmo. Nunca ha sido una persona honorable
y ahora lo demuestra al considerar siquiera su propuesta.
—No, no puedo —contesta al fin, con el corazón encogiéndosele en el
pecho—. No puedo maldecirte como hicieron conmigo.
Una mano se apoya en su espalda. Se desliza arriba y abajo por su
camisa de seda blanca. Otra mano se une a la primera hasta que le rodea con los
brazos y acaba apoyando la cabeza sobre sus hombros, apretándole con fuerza,
como si quisiera fundirse en un único ser.
—Sé que odias lo que eres, pero
convertirme en lo que más odias, es la única forma de que estemos juntos —su
voz es un susurro de terciopelo en medio del canto de los grillos—. Tengo miedo
de que acabes odiando esta vida que te adora, pero aún así seré tuya y de nadie
más.
La estrecha entre sus brazos y la besa en los labios.
¿Cómo negarse a ella?
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