Contra el Viento del Norte, Daniel Glattauer


En la vida diaria ¿hay lugar más seguro para los deseos secretos que el mundo virtual? Leo Leike recibe mensajes por error de una desconocida llamada Emmi. Como es educado, le contesta y como él la atrae, ella escribe de nuevo. Así, poco a poco, se entabla un diálogo en el que no hay marcha atrás. Parece solo una cuestión de tiempo que se conozcan en persona, pero la idea los altera tan profundamente que prefieren posponer el encuentro. ¿Sobrevivirían las emociones enviadas, recibidas y guardadas un encuentro «real»?

«Una novela dramática, loca, tierna, maravillosa y sobre todo emocionante…Un juego espléndido sobre la fantasía y la imaginación... Imprescindible.»
Hamburger Abendblatt

Sigo diciendo que no voy a hacer una costumbre eso de hacer reseñas. Ni siquiera creo que ésto vaya a ser una reseña. De la novela solo voy a decir que me ha parecido original y maravillosa. Que los personajes son reales, cercanos, que te enamoras de ellos y te da la sensación de conocerlos de toda la vida. Quizá, porque son como nosotros, con los mismos miedos, con las mismas inquietudes.

Como nosotros...

Me ha llegado muy al corazón, quizá porque es un tema que me toca de cerca. Muy de cerca.

La mayoría de las mujeres somos muy mentales. Algunos hombres también, pero ellos son más visuales (sin generalizar, de verdad, no quiero que nadie se me ofenda, todas las excepciones son un alivio dentro de la rutina). Al tema. Las mujeres somos mucho más dadas al juego de las palabras, o mejor dicho, a jugar con las emociones a través de las palabras (hablo de jugar con las emociones en un sentido nada peyorativo, además me refiero a las propias, no a las ajenas). También somos más susceptibles de rendirnos a la imaginación (y cuidado, que no me estoy refiriendo al misterio). Muchas soñamos con un desconocido que nos alimente el alma de palabras. Nos imaginamos su voz, sus movimientos, su aspecto (y quien diga que el aspecto  físico no importa en cierta medida, aunque sea mínima y por unos instantes, miente). Muy pocas son capaces de resistirse a los atractivos de la idealización. Ya es difícil hacerlo cuando tienes a la persona delante y el amor nos ciega; a través de la red es casi imposible.

Este es mi particular llamamiento a la prudencia. La novela es una maravilla y todas queremos ser protagonistas de una historia que perfectamente puede estar a la orden del día. Pero la vida no es una novela, por mucho que nos empeñemos en construirla como tal. Y si en el sentido físico la vida da vueltas, en el virtual es un cambio constante... casi una mentira constante.

Nada puede vivir sólo de palabras... tampoco el alma... y mucho menos el amor.

Edito la entrada aunque nadie más que yo lo note porque el mismo autor me ha leído el pensamiento:


«Pero lamentablemente la felicidad no se compone de mensajes de correo electrónico»
Leo Leike

Cada Siete Olas, Daniel Glattauer

Asesinos IV


Cuarta y última parte del relato de los Asesinos. Espero que os haya gustado y en especial a Lhyn. al fin y al cabo, era un regalo para ella. Os dejo con el final!

ASESINOS (IV)

El sexo fue maravilloso. Como había sido siempre. Como Fate recordaba. No. Como Martha… En esos momentos, rodeada por sus fuertes brazos, acurrucada en su enorme pecho, se sentía como la joven ingenua que había pasado las horas soñando con el próximo encuentro. Recostada al lado de Devlin, con los dedos del hombre acariciando la espalda desnuda, volvía a ser la despreocupación personificada, hecha mujer, sin más objetivo que el de pasar el resto de su vida retozando sobre su piel morena.


No había misiones, no había sangre, no había pasado… Ni futuro.

Suspiró con resignación y él se percató del cambio de actitud. Los dedos se detuvieron sobre una cicatriz no muy antigua y habló, como siempre lo había hecho, enredándola para llevarla de cabeza a su terreno.

—Tengo una pregunta… antes de que me digas que tengo que marcharme.

Martha se volvió hasta quedar de espaldas sobre el colchón, con los brazos levantados por encima de la cabeza.

—Dispara —sonrió por lo apropiado de la palabra.

Devlin se colocó sobre ella, apoyado en los antebrazos para no aplastarla una vez más.

—¿Cómo pensabas matarlo? —agachó la cabeza para besar la línea húmeda que descendía entre sus pechos—. No creo que romperle el cuello estuviera en tus planes.

Su aliento mandaba escalofríos por todo el cuerpo e hizo que encogiera los dedos de los pies.

—Tetradoxitoxina —dijo sin más.

—¡JA! Sabía que había veneno por alguna parte.

Ella dejó escapar una risa que le salió de lo más hondo de las entrañas, maliciosa y provocadora, no tanto por su salida sino por lo que le hacían sus dientes en la parte baja del pecho.

—¿Y cómo pensabas suministrársela?

—Con la boca —el asesino alzó la cabeza, horrorizado, y ella se apresuró a explicar—. Con una cápsula que aprendí a partir sin que me cayera una sola gota.

Lo vio sacudir la cabeza como negándose a aceptar el peligro que había corrido. Pero lo había conseguido. Estaba viva y pensaba seguir estándolo durante muchos años más.

—Pequeña loca —murmuró—. Podrías haberte matado.

—En la cápsula no había suficiente para matar a una persona.

—Pero él murió —su boca volvía a estar enredada con un pezón.

—Sí —jadeó ella, y continuó bajando la mirada para no perderse su reacción —, el resto me lo unté en el pecho, sobre una protección de silicona.

La boca se detuvo. También su lengua. Y desde su postura inclinada le otorgó una mirada profunda de alarma. Martha no pudo aguantar y se deshizo en carcajadas.

—A mí no me hace gracia —se alzó otra vez, intentando contener las sacudidas que provocaba la risa.

—Puedes estar tranquilo, me froté bien en la ducha.

—Permíteme tener mis dudas —replicó mordaz antes de ordenarle—: Abre la boca.

La mujer obedeció entre espasmos de risa y él la acalló con la lengua… Y con la lengua siguió buscando un rato más.

* * * * *

 
Fate se levantó al amanecer. No remoloneó en la cama. Atrás quedaban Martha y su debilidad. De nuevo era la asesina de rectitud intachable, capaz de rociarse con veneno para acabar con un objetivo.

Se vistió con rapidez y metió en una pequeña maleta las pocas cosas que había traído consigo. Las armas las llevaba siempre en el cuerpo. Se vistió con rapidez, sin darse tiempo a pensar en lo que dejaba atrás… mejor dicho, en quién dejaba atrás. Pero estaba ya en la puerta cuando se volvió para echar un vistazo al hombre que había sido su sueño y su pesadilla durante muchos años. No el hombre. El asesino. Volvía a ser el pérfido que había acabado con su inocencia y con su vida.

—¿Ya te vas? —preguntó él tan despierto como Fate y con una frialdad de la que no había hecho gala en toda la noche.

«Mejor así».

—Me voy.

—¿Sin una triste despedida?

—Toda la noche ha sido una larga despedida —matizó, y que le quedara bien claro.

Devlin esbozó una sonrisa que no llegó a reflejarse en sus ojos.

—Ha sido una buena noche, ¿verdad?

—No ha estado mal.

Había estado mucho mejor que esas palabras vacías, pero él lo sabía y darle la razón sólo habría servido para alimentar aún más su vanidad.

—No te entretengo más —alzó los brazos y apoyó en ellos la cabeza, consciente del impacto que esa postura provocaba en el cuerpo de la mujer.

—Adiós.

—Martha —llamó.

Ella no se movió, no se volvió. No era necesario verle para imaginarle, tendido en la cama con las sábanas revueltas alrededor de las caderas, sus amenazantes ojos verdes quemando aún en la distancia.

—¿Sí?

—Hasta que volvamos a encontrarnos.

«No. Hasta siempre» pensó, pero no en voz alta. No perdió más tiempo con palabras que acabarían transformándose en hiel en su boca. Cerró la puerta con suavidad al salir, como si la calma que aparentaba estuviera también en su interior.

Lo cierto era que sentía el alma torturada y los remordimientos pesándole en la boca del estómago. Y no sólo por lo de aquella noche.

Cruzó las puertas del hotel sin mirar un solo momento atrás mientras le reprochaba en silencio haber irrumpido de nuevo en su vida como una tormenta destructiva. No tenía derecho a herirla de nuevo y ella no debería haberlo consentido. Pero no pasaría nunca más…

A cuatro manzanas se volvió hacia la torre que era el hotel. Lo miró a través del cristal ondulado que eran las lágrimas agolpándose en sus ojos.

Sacó un pequeño teléfono negro con sus manos enfundadas en guantes de cuero y marcó los dígitos que accionarían el cajetín escondido bajo la cama.

Las lágrimas no se arriesgaban a caer, conscientes del odio de Fate ante cualquier demostración pública de debilidad. Aunque la pena estaba a punto de partirla en dos.

Acarició el botón verde de llamada que sellaría de una vez la puerta abierta de su pasado, la misma que la habría llevado a convertirse en una asesina letal.

Su mente no dejaba de bombardearle con imágenes del hombre que había dejado atrás. Sí, el hombre. No el asesino despiadado. Su corazón, al mismo tiempo, le censuraba una decisión nacida del despecho y la ira, una decisión que terminaría por romperlo en pedazos.

La lágrima resbaló por su mejilla a la vez que el botón verde se hundía bajo la presión del pulgar. Una segunda brilló iluminada por la explosión que barrió la habitación en la que unas horas antes había vuelto a encontrar la dicha. No se permitió sentir más lástima. Ni por él, ni por sí misma.

—Hasta siempre —susurró con la garganta cerrada por el dolor.

Caminó sin prisa por las avenidas atestadas de curiosos. Desmontó el móvil con maestría, sin detener el paso en sentido contrario a los coches de policía. La batería cayó en una alcantarilla, la tarjeta en el bolso de una turista despistada. El resto nadó en las aguas mansas del río Dnieper. No se detuvo hasta llegar a la estación de tren, tras comprar un billete de ida a Ginebra, en busca del dinero que había ganado con una nueva muerte.

Avanzó por el andén atestado, oyendo sin escuchar las voces que anunciaban orígenes y destinos. Le gustaban los trenes. Le gustaba fundirse con el gentío, haciéndose pasar por uno de aquellos seres con los que ya no se sentía identificada, imaginando que volvía a ser una inocente joven enamorada.

Esa mañana se sentía más bien como una viuda desconsolada, llorando en silencio la muerte del único hombre al que había amado. Esa mañana, entró en su vagón de turista sin el habitual interés hacia la gente que la rodeaba

Sonó el último aviso y las puertas se cerraron con un golpe seco. El tren dio un par de sacudidas antes de avanzar por las vías. Giró el rostro desencajado en dirección al andén, perdiendo la mirada entre la marabunta de gente que corría, lloraba, se besaba…

Creyó ver el brillo de dos ojos verdes.

Se enderezó en el asiento y buscó entre la multitud que se alejaba cada vez a mayor velocidad. De nuevo el relámpago esmeralda de las llamas de la ira, clavándose en ella con una promesa de venganza.

Una esperanza ilógica, un alivio insano, hicieron que su corazón palpitara de nuevo. Podía haber sido simplemente el reflejo de sus propias ganas. Pero había creído verlo, y eso sólo sucedía si Devlin quería ser encontrado.

Se apoyó de nuevo en el respaldo con una sonrisa absurda curvando sus labios.

«Hasta que volvamos a encontrarnos» recordó sus palabras, las paladeó en la boca como si fuera su lengua la que golpeaba en ella.

Con solo un vistazo había perdido los cinco millones que pedían por su cabeza.

La sonrisa se hizo aún más amplia y la sintió refulgir en sus pupilas.

La caza no había hecho más que empezar.

Asesinos III



Aquí una nueva entrega del relato que escribí para mi amiga Lhyn. Un pequeño adelanto de mi vuelta al mundo bloggero. Este no tiene banda sonora porque no se me ocurre ninguna canción (se aceptan sugerencias). Tiene continuación, pero no os preocupéis porque ya está escrita, así que no os haré esperar demasiado. Aquí va!! Con todos mis deseos de que os guste.

Aquí el enlace a las partes anteriores:

ASESINOS (III)

Los golpes no tardaron en llegar. Se enzarzaron en una pelea brutal, a la par que silenciosa. No había necesidad de alertar al personal del hotel. Devlin encajó varios puñetazos en las costillas y los riñones de ella no corrieron mejor suerte. Se buscaban con las rodillas, pies y codos, sin que a ninguno le importara la condición de mujer de Fate o la fuerza superior del asesino. La astucia seguía siendo el arma más efectiva. Y el entumecimiento de la mujer un punto en contra. Devlin consiguió clavarle un puño en el estómago y ella se dejó resbalar por la pared hasta el suelo.

—Pobrecita, ¿te ha dolido? —preguntó con voz de falsete.

¡Maldito veneno! Era más difícil de lo que pensaba expulsarlo del organismo y el asesino empezaba a cobrar ventaja. Fue el instinto lo que le hizo alzar los brazos como protección. También para agarrar el pie que se dirigía a su rostro y retorcerlo con saña, mientras barría con una rodilla la pierna que le sostenía. Devlin tenía estilo hasta para caer. Encogió el cuerpo y rodó por el suelo con la agilidad de un gato negro, con sus vidas aún intactas. Allí tirados, se dedicaron patadas y puñetazos. Fate incluso consiguió arrearle algún que otro mordisco. Hasta que el hombre puso de manifiesto su fuerza y se colocó sobre ella, aplastándole la nariz contra el suelo.

—Quieta, lagartija —rió al inmovilizar sus brazos en la espalda y las piernas con su propio cuerpo—. Dame un respiro.

—¡Vete al infierno!

—Pronto, pero primero hablaremos un rato.

Fate se revolvió debajo de él, pero no tardó en sofocarse. El brazo del hombre le apretaba la nuca y le impedía alzar la cabeza para respirar.

—Me estoy ahogando —gruñó con la voz ahogada por el suelo.

—Imposible, todavía hablas.

Reprimió un grito de furia y se mantuvo quieta debajo de él, esperando a que al malnacido se le ocurriera la brillante idea de soltarla. Y esperó y esperó… hasta que pensó que no lo contaría.

—Nos vamos entendiendo —concedió al fin, relajando el brazo, pero sin apartarlo del todo. Lo justo para acariciar los mechones ondulados que se retorcían junto a su muñeca—. Me alegro de que seas rubia otra vez. El negro te hace más vieja.

Hizo caso omiso de un comentario que no merecía respuesta. La peluca había acabado incinerada en un callejón, pero el negro seguía siendo su preferido. Devlin tampoco le dio mucho tiempo para replicar.

—Lo primero. ¿Cómo debo llamarte esta noche? —preguntó algo más risueño, ahora que él controlaba la situación—. La última vez que te vi vestida así te presentaste como Korah.

La mujer rió al recordar el momento. En esa ocasión, ella le había levantado el encargo.

—El nombre me trajo suerte, pero no suelo repetir. Tengo más imaginación que eso.

—Lhyn entonces queda descartado.

La asesina rió aún con más ganas.

—Lhyn era una mujer dulce y sosegada que pasaba su tiempo leyendo y escribiendo.

—Y también preparando venenos —le oyó murmurar con voz de fastidio. Si él supiera, pensó con una sonrisa.

Intentó alzar los hombros, pero el dolor le hizo replantearse la idea. En esa ocasión, Devlin había dado en el blanco antes de que el veneno hiciera efecto. Ese tanto se lo había apuntado él.

—Puedes llamarme Fate —dijo al fin, esperando que la soltara.

—Mmm… demasiado teatral, ¿no te parece?

—Le dijo la sartén al cazo… —murmuró, provocándole una risa ronca que revolvió los mechones de la nuca.

Lo sintió acercarse aún más a su oído, rozando con la boca la suave piel. Devlin habló en un tono tan bajo que nadie lo habría oído aunque toda una atenta multitud los hubiera rodeado.

—No debiste cambiarte el nombre, siempre me gustó Martha.

Su aliento le provocó escalofríos por la espalda, al igual que en todas las ocasiones en las que él había utilizado su verdadero nombre. Luchó por no ponerse a recordarlas todas justo en ese momento.

—No me llames así —ordenó en un susurro que cortaba como el acero

—Es tu nombre.

Y por eso nunca lo utilizaba. No cuando salía a matar. Y eso sucedía desde hacía demasiado tiempo. Aunque no el suficiente para olvidar…

—Ya no es mi nombre. Dejó de serlo cuando me convertiste en lo que soy.

—¿Y qué eres? —la provocó.

Solitaria. Maldita. Asesina. La ira que se había apaciguado en el momento en que él apresó sus brazos, resurgió con ímpetu renovado. Apretó los dientes con fuerza, pero una mueca de odio los dejó al descubierto. Entrecerró los ojos y canalizó toda su fuerza en la parte superior del cuerpo. ¿Qué eres? Volvió a escuchar en su mente. O tal vez fue él que de nuevo decidió provocarla. ¿Qué eres?

—Soy una jodida máquina de matar.

Levantó los hombros, ignorando el dolor de las articulaciones y estampó el cráneo contra la boca del asesino.





La sangre se deslizaba copiosa desde la boca de Devlin, pero él apenas le prestaba atención. Fate se le había escapado de entre los brazos, pero todavía la tenía frente a él, lanzándole golpes que apenas era capaz de detener. Una jodida máquina de matar. Su creación. Todavía era lo suficientemente humilde como para no atribuirse todo el mérito. Pero sí se reconocía una pizca de culpa.

Cuando se había alejado de ella, dejándola sin una sola palabra de consuelo, había apostado que le seguiría. Lo hizo, pero no de la forma que él esperaba.

Durante un tiempo no supo de ella por más que la buscó. Había desaparecido en la noche sin dejar rastro. Cuando volvió a verla ya no era la joven enamorada que recordaba, sino que había crecido hasta convertirse en una mujer con un solo objetivo: vengarse. O así lo veía él.

Parecía haber canalizado toda la ira en el trabajo por lo que, aunque era buena, no era la mejor. Aunque sí lo suficientemente capaz de frustrarle unos cuantos trabajos. Deseaba verlo muerto, pero era lo suficientemente inteligente como para no ensuciarse las manos. Hasta aquella noche.

No podía ponerle nombre al deseo loco que se había apoderado de él para acudir al hotel. Pero había ido y ahora pagaba las consecuencias con sangre. Se chupó la sangre mientras la pelea continuaba y tuvo un momento de alivio al darse cuenta de que no le había roto el labio, momento que aprovechó para revolverse y lanzarle de una patada hasta la cama. Esta chirrió y a punto estuvo de ceder bajo su peso. Fate cayó sobre él provocando aún más ruidos. La rabia la había vuelto descuidada.

Intuía curiosos en los pasillos, rostros llenos de inquietud, algún que otro teléfono alzándose con recelo. No podía consentir aquello.

Se volvió sobre ella en el colchón y la aplastó por segunda vez esa noche… y en unos cuantos años.

—¡Basta! —susurró con un zarandeo—. Vas a hacer que alguien venga.

—No van a desconfiar de mí.

La sacudió como si así pudiera hacerla entrar en razón.

—Martha no me obligues —amenazó—. Sabes que te acabará gustando.

—¡QUE TE JODAN!

Lo hizo.

En un primer momento solo con la boca herida, sin importarle el dolor. Descendió hasta sus labios crispados y los tomó con todo el fervor de un hombre desesperado. La pilló tan de sorpresa que ni siquiera intentó morderle. Se limitó a dejarle hacer sin apartar la mirada, prometiéndole una muerte lenta y dolorosa con el brillo castaño de su mirada, suficiente para hacerle saber un anhelo que nunca reconocería en voz alta.

Los toques en la puerta no le detuvieron, ni tampoco le pillaron por sorpresa.

—¿Señorita? —una voz preocupada se alzó desde el pasillo—. ¿Señorita, está bien? Se han oído ruidos.

Devlin apartó la boca lo justo para advertirle en susurros.

—Empieza a gemir como si te estuviera echando el polvo de tu vida.

De nuevo le respondió su mirada, acompañada de una perversa sonrisa. Alzó una ceja, burlona, como si dudara de semejante capacidad. Como si los años la hubieran hecho olvidar otros gemidos, otros gritos de placer.

Los golpes se hicieron más insistentes y las voces sonaban cada vez más alarmadas.

—¿Señorita, está ahí?

Apretó aún más sus muñecas, pero la mueca de su boca no afeó la sonrisa.

—Te estoy advirtiendo, nena, luego no quiero más culpas de las que me corresponden —apretó las caderas contra su vientre, intentando que su cuerpo resultara más amenazante que sus palabras—. O empiezas a gemir, o hago que te entren ganas.

Silencio en la habitación. Pasos alarmados en el pasillo. Una mano descendiendo sobre la piel blanca, internándose bajo el algodón negro, reclamando un premio. Dientes blancos mordiendo un labio fruncido, una breve resistencia a lo inevitable. Y, por último, un gemido colmado de anhelo.

Revista Escritores Independientes

¡Por fin! Ya se puede descargar la Revista del Grupo Escritores Independientes. Este primer número (número 0) está dedicado a la Fantasía Épica. En ella he aportado mi pequeño granito de arena y espero que no sea la última vez que puedo participar en ella. Os dejo el link de descarga, desde donde podréis leerla online si lo preferís. Solo puedo decir que en ella no sólo hay palabras: hay ilusión, hay esperanza y, sobre todo, hay mucho mucho talento. Espero de verdad que os guste.