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ASESINOS (III)
Los golpes no tardaron en llegar. Se enzarzaron en una pelea brutal, a la par que silenciosa. No había necesidad de alertar al personal del hotel. Devlin encajó varios puñetazos en las costillas y los riñones de ella no corrieron mejor suerte. Se buscaban con las rodillas, pies y codos, sin que a ninguno le importara la condición de mujer de Fate o la fuerza superior del asesino. La astucia seguía siendo el arma más efectiva. Y el entumecimiento de la mujer un punto en contra. Devlin consiguió clavarle un puño en el estómago y ella se dejó resbalar por la pared hasta el suelo.
—Pobrecita, ¿te ha dolido? —preguntó con voz de falsete.
¡Maldito veneno! Era más difícil de lo que pensaba expulsarlo del organismo y el asesino empezaba a cobrar ventaja. Fue el instinto lo que le hizo alzar los brazos como protección. También para agarrar el pie que se dirigía a su rostro y retorcerlo con saña, mientras barría con una rodilla la pierna que le sostenía. Devlin tenía estilo hasta para caer. Encogió el cuerpo y rodó por el suelo con la agilidad de un gato negro, con sus vidas aún intactas. Allí tirados, se dedicaron patadas y puñetazos. Fate incluso consiguió arrearle algún que otro mordisco. Hasta que el hombre puso de manifiesto su fuerza y se colocó sobre ella, aplastándole la nariz contra el suelo.
—Quieta, lagartija —rió al inmovilizar sus brazos en la espalda y las piernas con su propio cuerpo—. Dame un respiro.
—¡Vete al infierno!
—Pronto, pero primero hablaremos un rato.
Fate se revolvió debajo de él, pero no tardó en sofocarse. El brazo del hombre le apretaba la nuca y le impedía alzar la cabeza para respirar.
—Me estoy ahogando —gruñó con la voz ahogada por el suelo.
—Imposible, todavía hablas.
Reprimió un grito de furia y se mantuvo quieta debajo de él, esperando a que al malnacido se le ocurriera la brillante idea de soltarla. Y esperó y esperó… hasta que pensó que no lo contaría.
—Nos vamos entendiendo —concedió al fin, relajando el brazo, pero sin apartarlo del todo. Lo justo para acariciar los mechones ondulados que se retorcían junto a su muñeca—. Me alegro de que seas rubia otra vez. El negro te hace más vieja.
Hizo caso omiso de un comentario que no merecía respuesta. La peluca había acabado incinerada en un callejón, pero el negro seguía siendo su preferido. Devlin tampoco le dio mucho tiempo para replicar.
—Lo primero. ¿Cómo debo llamarte esta noche? —preguntó algo más risueño, ahora que él controlaba la situación—. La última vez que te vi vestida así te presentaste como Korah.
La mujer rió al recordar el momento. En esa ocasión, ella le había levantado el encargo.
—El nombre me trajo suerte, pero no suelo repetir. Tengo más imaginación que eso.
—Lhyn entonces queda descartado.
La asesina rió aún con más ganas.
—Lhyn era una mujer dulce y sosegada que pasaba su tiempo leyendo y escribiendo.
—Y también preparando venenos —le oyó murmurar con voz de fastidio. Si él supiera, pensó con una sonrisa.
Intentó alzar los hombros, pero el dolor le hizo replantearse la idea. En esa ocasión, Devlin había dado en el blanco antes de que el veneno hiciera efecto. Ese tanto se lo había apuntado él.
—Puedes llamarme Fate —dijo al fin, esperando que la soltara.
—Mmm… demasiado teatral, ¿no te parece?
—Le dijo la sartén al cazo… —murmuró, provocándole una risa ronca que revolvió los mechones de la nuca.
Lo sintió acercarse aún más a su oído, rozando con la boca la suave piel. Devlin habló en un tono tan bajo que nadie lo habría oído aunque toda una atenta multitud los hubiera rodeado.
—No debiste cambiarte el nombre, siempre me gustó Martha.
Su aliento le provocó escalofríos por la espalda, al igual que en todas las ocasiones en las que él había utilizado su verdadero nombre. Luchó por no ponerse a recordarlas todas justo en ese momento.
—No me llames así —ordenó en un susurro que cortaba como el acero
—Es tu nombre.
Y por eso nunca lo utilizaba. No cuando salía a matar. Y eso sucedía desde hacía demasiado tiempo. Aunque no el suficiente para olvidar…
—Ya no es mi nombre. Dejó de serlo cuando me convertiste en lo que soy.
—¿Y qué eres? —la provocó.
Solitaria. Maldita. Asesina. La ira que se había apaciguado en el momento en que él apresó sus brazos, resurgió con ímpetu renovado. Apretó los dientes con fuerza, pero una mueca de odio los dejó al descubierto. Entrecerró los ojos y canalizó toda su fuerza en la parte superior del cuerpo. ¿Qué eres? Volvió a escuchar en su mente. O tal vez fue él que de nuevo decidió provocarla. ¿Qué eres?
—Soy una jodida máquina de matar.
Levantó los hombros, ignorando el dolor de las articulaciones y estampó el cráneo contra la boca del asesino.
La sangre se deslizaba copiosa desde la boca de Devlin, pero él apenas le prestaba atención. Fate se le había escapado de entre los brazos, pero todavía la tenía frente a él, lanzándole golpes que apenas era capaz de detener. Una jodida máquina de matar. Su creación. Todavía era lo suficientemente humilde como para no atribuirse todo el mérito. Pero sí se reconocía una pizca de culpa.
Cuando se había alejado de ella, dejándola sin una sola palabra de consuelo, había apostado que le seguiría. Lo hizo, pero no de la forma que él esperaba.
Durante un tiempo no supo de ella por más que la buscó. Había desaparecido en la noche sin dejar rastro. Cuando volvió a verla ya no era la joven enamorada que recordaba, sino que había crecido hasta convertirse en una mujer con un solo objetivo: vengarse. O así lo veía él.
Parecía haber canalizado toda la ira en el trabajo por lo que, aunque era buena, no era la mejor. Aunque sí lo suficientemente capaz de frustrarle unos cuantos trabajos. Deseaba verlo muerto, pero era lo suficientemente inteligente como para no ensuciarse las manos. Hasta aquella noche.
No podía ponerle nombre al deseo loco que se había apoderado de él para acudir al hotel. Pero había ido y ahora pagaba las consecuencias con sangre. Se chupó la sangre mientras la pelea continuaba y tuvo un momento de alivio al darse cuenta de que no le había roto el labio, momento que aprovechó para revolverse y lanzarle de una patada hasta la cama. Esta chirrió y a punto estuvo de ceder bajo su peso. Fate cayó sobre él provocando aún más ruidos. La rabia la había vuelto descuidada.
Intuía curiosos en los pasillos, rostros llenos de inquietud, algún que otro teléfono alzándose con recelo. No podía consentir aquello.
Se volvió sobre ella en el colchón y la aplastó por segunda vez esa noche… y en unos cuantos años.
—¡Basta! —susurró con un zarandeo—. Vas a hacer que alguien venga.
—No van a desconfiar de mí.
La sacudió como si así pudiera hacerla entrar en razón.
—Martha no me obligues —amenazó—. Sabes que te acabará gustando.
—¡QUE TE JODAN!
Lo hizo.
En un primer momento solo con la boca herida, sin importarle el dolor. Descendió hasta sus labios crispados y los tomó con todo el fervor de un hombre desesperado. La pilló tan de sorpresa que ni siquiera intentó morderle. Se limitó a dejarle hacer sin apartar la mirada, prometiéndole una muerte lenta y dolorosa con el brillo castaño de su mirada, suficiente para hacerle saber un anhelo que nunca reconocería en voz alta.
Los toques en la puerta no le detuvieron, ni tampoco le pillaron por sorpresa.
—¿Señorita? —una voz preocupada se alzó desde el pasillo—. ¿Señorita, está bien? Se han oído ruidos.
Devlin apartó la boca lo justo para advertirle en susurros.
—Empieza a gemir como si te estuviera echando el polvo de tu vida.
De nuevo le respondió su mirada, acompañada de una perversa sonrisa. Alzó una ceja, burlona, como si dudara de semejante capacidad. Como si los años la hubieran hecho olvidar otros gemidos, otros gritos de placer.
Los golpes se hicieron más insistentes y las voces sonaban cada vez más alarmadas.
—¿Señorita, está ahí?
Apretó aún más sus muñecas, pero la mueca de su boca no afeó la sonrisa.
—Te estoy advirtiendo, nena, luego no quiero más culpas de las que me corresponden —apretó las caderas contra su vientre, intentando que su cuerpo resultara más amenazante que sus palabras—. O empiezas a gemir, o hago que te entren ganas.
Silencio en la habitación. Pasos alarmados en el pasillo. Una mano descendiendo sobre la piel blanca, internándose bajo el algodón negro, reclamando un premio. Dientes blancos mordiendo un labio fruncido, una breve resistencia a lo inevitable. Y, por último, un gemido colmado de anhelo.
3 comentarios:
Me repito: te está quedando genial esta historia.
¡Y no seas tan "puñetera" y sube más trozo...!
Me leí las tres partes de una sentada xD y ahora quedé con ganas de saber más T,TU xD :P
¡Un saludo! ^^
Mmm... quizá colgaré lo que queda esta noche... quizá mañana... Depende de lo buena o mala que me sienta XDDD.
Gracias, chicas!!!
Besitos
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