V. El Horizonte (II)


La choza estaba apartada del poblado, junto al lecho de un arroyuelo tempestuoso que se embravecía aún más al pasar sobre las piedras de las orillas. Servía para darle un toque bucólico al paisaje que se observaba desde la ventana, pero también para recordarme a la sacerdotisa de carácter indomable que viviría conmigo a partir de ese día como una esclava.


Era consciente de la furia de Ilya. ¿Justificada o no? Cuestión de opiniones. Se mostraba dócil, sentada en el banco de madera, observando las llamas que bailaban en el hogar. Pero yo no me dejaba engañar. La conocía demasiado bien y había podido ver la mirada de odio en su hermoso rostro. Me habría gustado provocarla para que liberase su ira. Sin embargo, callé. Seis años de silencio pesaban en nuestro ánimo. Y no encontraba forma de romperlo.

Tomé un leño de encina y lo arrojé al hogar con descuido. Las llamas chisporrotearon y la mujer se asustó al salir de su ensimismamiento. Mis ojos se fijaron en su mano, apoyada su pecho como intentando calmar el frenético latido de su corazón.

—Lo siento —me disculpé torpemente.

—Seguro que sí —susurró ella sarcástica.

Fruncí el ceño y apreté los dientes con fuerza. ¿Sería posible que no hubiese cambiado absolutamente nada? Ni siquiera a ella la creía capaz de tanto. Mi temperamento se inflamó y quise vengarme de ella como no había sido capaz de hacerlo en los túmulos.

—Por cierto, no hace falta que me des las gracias por salvarte la vida – expuse con acritud.

Ella se volvió hacia mí con la respiración agitada.

—Creo que recordar que eso fue después de que yo salvara la tuya —replicó Ilya conteniendo su ira—. Y viniste a mí para matarme, en primer lugar. ¡No te debo nada!

Arrojé con fuerza la camisa que acababa de quitarme y no pude contenerme más tiempo. La agarré para levantarla con rudeza, sacudiéndola a placer, enviando mechones rojizos a su rostro congestionado.

—¿Nada? ¿No me debes nada? ¿Seis años de exilio te parecen poco?

Probablemente dejaría marcas en su blanca piel de tan fuerte la apretaba, pero no me importaba. Quería hacerle daño. Que sufriera lo que yo había sufrido cada vez que pensaba en ella y en Krymaria todos los años que pasé alejado de ambas.

—Tu mentira me condenó a la peor de las deshonras —la sacudí por última vez y la empujé hacia la pared de madera sin importarme que se golpeara—. Créeme, no hay castigo que pueda saciar mi sed de venganza.

No pensé que ella llegara a amilanarse ante mi estallido.

—Así que extrañabas tu hogar, ¿eh? —se burló—. Oí a la mujer aquella noche, Darien. Pensabas traicionarnos.

—Oíste las esperanzas de una prostituta, nunca una promesa de mi boca.

—¡Oh, desde luego! Bien ocupada la tenías.

Ella misma se dio cuenta de su error nada mas pronunciar las palabras. Cerró los labios con fuerza, hasta convertirlos en una delgada línea. Pero sus ojos seguían condenándome. Nos miramos hasta que el silencio empezó a hacerse insoportable.

—No podía apartarte de mi mente, Ilya —reconocí al fin con un susurro, sintiéndome como un idiota mientras abría mi corazón a la mujer que me había traicionado—. Ni siquiera cuando la tenía entre mis brazos.

Un sollozo se escapó de sus labios y tuve que echar mano de toda mi fuerza de voluntad para no correr a abrazarla.

—¿Y por qué no viniste a mí aquella noche?

Una lágrima se deslizó silenciosa por su mejilla. Alcé una mano para secarla, pero pronto empezaron a caer más.

—¿A un día de tu consagración a la diosa? —resoplé sin ira—. ¿Después que me dijiste que otros te habían besado mejor?

—Sólo había probado tus labios.

—¿Y por qué me mentiste?

Se volvió con un gemido, escondiendo el rostro empapado entre sus manos. Su voz se escapó ahogada.

—¿A un día de mi consagración, cómo decirte que te amaba?

La confesión me golpeó con fuerza en el pecho, anudando mi corazón con sus palabras, deseando no creer, pero creyendo.

Seis años…

Tanto tiempo perdido por miedo y orgullo. Dos almas rotas por testarudez y una guerra que no nos concernía. Guerreros y Sacerdotisas. Sacerdotisas y Guerreros. Castas enfrentadas. ¿A cuántos más les había ocurrido lo mismo?

Sus hombros se sacudían por la fuerza de los sollozos y esta vez sí me acerqué. La rodeé con mis brazos con ternura, como tantas veces había deseado hacer. Como tantas veces ella quiso que lo hiciera. Apoyé la mejilla en su pelo rojo, cerrando los ojos, abrazándola con fuerza. Envolviéndola con mi cuerpo, jurando amarla y protegerla con mi piel. Jurando en mi cabeza, todo lo que aún no me atrevía a pronunciar en voz alta.

Ilya se volvió para apretarse contra mí. Alzó sus labios hacia los míos. Y nuestras mudas promesas se sellaron con un beso.

2 comentarios:

Maria dijo...

Da igual que la venganza tome el poder,el deseo,ls promesas q conlleva el amor,siempre triunfara.

Me encanto estas dos partes...¿las vas a poner pa' descargar completas esta novela?pq seria genial...

Un bs

Kyra Dark dijo...

Buenas!!
Sí, la pondré para descargar. Ya he colgado el último capítulo así que entre mañana y pasado, ya lo cuelgo. Cuando haga la portada.
Un besote

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