III. Orgullo y Traición (III)


Yacía tumbada boca abajo en la cama, con el rostro escondido entre sus brazos y todo su cuerpo estremeciéndose por los sollozos. No solía inmiscuirme en los asuntos de mis sacerdotisas, pero no era normal que Ilya se dejara llevar de aquella forma por las emociones. Algo malo había sucedido en el mundo de los hombres y yo tenía que saber el qué. La respuesta me dejó helada.


Al parecer, Darien y ella habían compartido un beso, un único beso que los había hecho cambiar a ambos. El guerrero ya no pasaba las noches en su jergón, en la habitación contigua a la de Ilya. Por las mañanas al despertarse, le oía lavarse, intentando quitarse el olor de la cerveza rancia y el perfume barato de las prostitutas del río. Notaba sus miradas furtivas, enrojecidas y ojerosas por la falta de sueño. Pero habían dejado de ser amables y ardientes. Un velo de ira y desprecio parecía cubrir sus antaño hermosos ojos grises. Sus palabras duras y filosas la herían profundamente, impidiéndole pensar en la consagración, centrando su mente y las necesidades de su cuerpo inexperto en él y sólo en él.

Podrían haber sido pensamientos típicos de una adolescente que había perdido a su mejor amigo. Si sólo hubiera sido eso, no le habría dado la mayor importancia. Desgraciadamente, sus sentimientos no se movían en esa línea segura y casta.

El guerrero la habría herido profundamente, y también la había tentado. Durante ese mes, en las horas más oscuras de la noche, había esperado que Darien acudiera a su lecho para poder probar de nuevo la esencia agridulce de su boca, que la había despojado de su marca, la marca de los dioses. Otra mucho más profunda se había ido grabando poco a poco en su corazón, llenándola de inquietud por la aparente frialdad del hombre y de vergüenza por lo impropio de sus deseos.

Y en ese momento, a tan sólo unas horas de su consagración, apenas dedicaba un pensamiento a su gran día. Tan sólo podía especular acerca del paradero de su Tabarie. Podía oír las preguntas resonando una y otra vez en su mente. “¿Dónde se ha metido? ¿Estará solo? ¿Alguna mujer estará bebiendo de su boca como hice yo tan solo unos días atrás?”

La ira que pretendía que se aplacase observando a la que debería ser mi sierva abnegada resurgió con violencia al darme cuenta de que mi culto, en realidad, nunca había sido su prioridad absoluta. ¡Niña tonta!

La vi apartar las mantas ahogando un gemido de frustración. Se levantó con prisa y empezó a vestirse de forma descuidada, con una túnica de terciopelo verde que la protegería de la fría brisa primaveral.

Se escabulló de la fortaleza como un ladrón, escondida entre las sombras, y llegó al pueblo bajo que bullía de actividad. Las fiestas de la recolección. Ni siquiera me había acordado de ellas. Lambia estaría causando estragos entre los jóvenes de Krymaria, incitando a la cópula y el desenfreno. Las hogueras se sucedían cada pocos metros y a su alrededor la gente bebía y cantaba con total abandono. Ese día se terminaba el período de Regeneración y comenzaba el de Oración, dedicado a mi persona. ¡Y qué falta les hacía a aquellos desvergonzados!

Habría dejado de observar semejante afrenta al decoro, si Ilya no se hubiera tensado como una vara seca, a punto de partirse ante el más leve soplo de viento. Sus ojos estaban fijos en Darien, que se apartaba de la multitud de la mano de una hermosa joven, en dirección a una choza apartada y algo desvencijada.

La futura sacerdotisa los siguió, manteniéndose en las sombras, y se agachó bajo el hueco de una ventana a la que le faltaba una hoja de madera. Se mordía los labios con fuerza, para contener las lágrimas que brillaban entre sus pestañas. Se apretaba los dedos con fuerza, torciéndolos de forma imposible en su regazo. Yo podía oír los suspiros y jadeos que se escapaban de la habitación en semipenumbra, apenas iluminada por los fuegos de Lambia. Y empecé a sentir piedad por Ilya y ese futuro al que aspiraba y yo no podía darle todavía.

—Prométeme que cuando casta sacerdotal caiga y te libres de tu Tabaria me mandarás llamar a tu lado —oí que decía la mujer entre gemidos.

A punto estuve de resoplar por semejante absurdo. ¡Pobre ilusa! Casi pude sentir la risa irónica que el guerrero tuvo el buen tino de esconder. Darien sabía la verdad en su interior: su Il-Tabari no se rompería jamás. El vínculo que le unía a Ilya iría más allá de la consagración. El había sido creado para protegerla porque ella tomaría las riendas de Krymaria llegado el momento, con Darien a su lado. Era una unión que llevaba planeando desde hacía siglos. La conjunción definitiva entre las castas de los hombres. El momento en que las grietas en los muros de Krymaria se cerrarían al fin, y sanaría la enfermedad que la amenazaba como una plaga. Pero todavía no había llegado el momento.

Ilya, sin embargo, no veía esa verdad. En sus ojos se reflejaba el horror de una traición. Se había levantado y aferraba la madera podrida del alfeizar, para poder tener una imagen clara de lo que sucedía en el interior. Su rostro se descompuso, volviéndose pálido como la cera, los labios apretados en una fina mueca de profundo desprecio. Al ver el brillo verde de la venganza en sus ojos, empecé a temblar en la solitaria escribanía. Pero fue la respuesta de Darien, un «por supuesto» que realmente no le comprometía a nada, la que me hizo temer por la unión de las castas.

Ilya empezó a correr casi al instante. Por un momento sus pasos erráticos me confundieron y no sabía si se dirigía al pueblo, a la fortaleza o a los acantilados. A medio camino se detuvo para vomitar la cena ligera que había ingerido. La vi limpiar la humedad de su rostro y alzar la cabeza al cielo, dejando que la lluvia tardía se mezclara con las lágrimas que caían de sus ojos. Podría haber sentido lástima por su desolación si no me hubiera paralizado de miedo al verla.

Esos ojos verdes que solían brillar con la chispa de la picardía o la diversión se habían opacado, hasta parecer casi negros. Y es que era el velo de la venganza y la muerte el que ahora los cubría. Lo que para mí solo había sido una frase estúpida susurrada en un momento de pasión, para Ilya significaba los principios de una conspiración. Sus sentimientos maltratados inflamaban aún más esa creencia alarmista.

La seguí sin moverme del cielo hasta la puerta de Melite. Eso me dolió. Su deber era presentarse ante Moren, mi servidora, sobre la que habría podido influir.

—Vengo a denunciar una traición —dijo Ilya con la voz firme.

Cerré los ojos y aparté mis oídos. Daron tenía razón. Mi culto no traía felicidad, sino odios y rencores. Mis leyes se habían quedado obsoletas a pesar de que era yo la que cada cierto tiempo actualizaba la historia de los dioses. Y ahora tenía que ser testigo de como todo el trabajo de siglos se desmoronaba por culpa de una de mis sacerdotisas. Por mi culpa.



Al día siguiente, no hubo consagración. Se llevaron a cabo una ejecución y un destierro. La prostituta no tuvo ocasión de volver a soñar con Darien, y éste seguía atónito el proceso de su caída. Se le perdonó la vida por los servicios que había prestado al pueblo de Krymaria, pero se le prohibió bajo pena de muerte poner de nuevo los pies en el poblado.

Yo no perdí detalle de lo que aconteció ese día. Mi maldito orgullo lo había provocado todo. Había querido poner fin a una guerra que se libraba desde el principio de los tiempos y sólo había conseguido recrudecerla. Y todo por no contar con los sentimientos de los instrumentos escogidos, por no hacerlos partícipes de su misión.

Ahora, observaba desde mi pequeño rincón de Morava cómo Ilya se escondía tras las faldas de las sacerdotisas del Consejo, incapaz de mirar a los ojos a su Tabarie. Era posible que a esas alturas ya hubiera descubierto que las palabras que había escuchado con los oídos inundados de celos, no tenían por qué referirse forzosamente a una traición. Demasiado tarde…

El guerrero que había sido su compañero durante nueve años no se defendía. Tan sólo la observaba, con una promesa de venganza brillando en sus ojos acerados. Y Darien siempre cumplía sus promesas.

Daron, oculto a los ojos de los hombres, alzó los ojos al cielo, atravesando con la mirada nubes y astros hasta clavarla en mí. Me acusaba en silencio y yo no podía defenderme. Habría preferido que ascendiera a Morava y volcara en mí su ira. En cambio, me dio la espalda y no volví a saber de él durante años.

Todavía recuerdo el momento en que Darien partió. Se alejaba del pueblo, erguido, con andar firme, con su espada Mordha como única compañía. Ni una sola vez miró atrás. No quedó rastro de su presencia en el poblado. Ni siquiera los que habían sido sus amigos se atrevían a pronunciar su nombre por miedo a que las sacerdotisas encontraran una excusa para castigarlos.

Durante casi seis años, Ilya soñó que el que dormía en la habitación de al lado era él. Y cuando las pesadillas la asaltaban en mitad de la noche, cubriéndola de sudor, sólo veía la muerte reflejada en las pupilas del guerrero.

Nadie esperaba su vuelta.

Pero nosotras sabíamos que volvería.

2 comentarios:

Maria dijo...

Por ti mi adiccion a la mitologia ha renacido....pero note en tus ultimos relatos tristeza,melancolia y si pq no decirlo ?dureza.....seguro q es imaginacion mia,asi q no me hagas muxo caso hoy

Un besote

Kyra Dark dijo...

Hola, guapa!!
Sí, son un poco más duros. La verdad es que lo que cuelgo en el blog suele ser lo más light que tengo. Mis novelas (esas que por alguna extraña razón nunca termino) suelen ser bastante más cruditas. Y eso que esta no es de las peores. Tiendo a ser dramática, tengo que reconocerlo.
Pero bueno, el final siempre se suaviza XDD.
Un besote!

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