II. Tierra y Cielo (II)



Las maldiciones y blasfemias de Malakai llegaron a mis oídos antes incluso de poder verlo. Era posible que pudieran oírse en toda Krymaria. De nuevo, estaba borracho.
—¡Lambianas! – escupió al suelo con una mueca de asco—. Zorras todas ellas.

Arrastraba las palabras como si la lengua se le pegase al paladar. Apenas sí podía decir bien una sola, pero no hacía falta, el sentido lo captaba todo el mundo. Las sacerdotisas que por allí paseaban, se volvían con expresiones que iban desde el desprecio hasta el hastío. Ninguna intentó defenderse. Hacía varias semanas que la escena era la misma frente al templo de Lambia, la Regeneradora.

—Miradlas, amigos —continuó el joven borracho—, tan altivas y orgullosas. Pero el día de la Entrega bien que gritan y jadean como gatas en celo.

—Otra vez le habéis dejado beber —regañé a mis otros dos amigos, mientras agarraba al borracho de un brazo, intentando sacarle de allí.

Malakai continuaba con su discurso.

—… gimen y suplican que empujes entre sus piernas, que se la metas como sólo un hombre sabe hacerlo…

Yo, que a mis dieciséis años todavía no hacía mucho que había descubierto los placeres del sexo, me sonrojé violentamente al oírle, al igual que mis otros compañeros de casta.

Malakai hizo un gesto obsceno con la lengua entre sus labios, curvados en una sonrisa macabra, en dirección a unas jóvenes que le miraban cuchicheando entre sí. Huyeron de allí lanzando grititos escandalizados. Tan sólo una sostuvo la mirada del muchacho, clavando sus oscuros ojos de cierva sobre él. La rabia brilló en aquellas pupilas antes de alejarse con la serenidad de una reina.

Lía…

El guerrero borracho volvió a escupir, pero esta vez con un sollozo lastimero, bajo nuestra mirada angustiada. Todos conocíamos la historia. Y la mayoría habíamos llorado con ella.

Lía había sido Tabaria de Malakai hasta hacía tan sólo dos ciclos. El joven siempre había presumido de su vínculo con una sacerdotisa de Lambia, las únicas que podían permitirse el lujo de enamorarse y honrar el amor. Porque él se había enamorado perdidamente de ella. Lía no hacía ascos a los acercamientos de Malakai, ni a sus caricias. El la había ido preparando poco a poco y con ternura para el día de su Entrega, que tuvo lugar en el templo, bajo la figura de mármol de Lambia, en la primera luna roja del cuarto mes. Se habían unido ante la atenta mirada de la diosa. Lía había gritado al sentir su virginidad atravesada, como mandaba la ley lambiana y el joven la había llenado con su semilla como ordenaba la tradición. Se suponía que después de ese día Lía le escogería como Thanis, su amante, hasta que quedara embarazada de él.

Pero le había rechazado. Sin ningún motivo, aviso o explicación. Se negó a volver a verlo y cada noche en que el resplandor rojizo de Morava aún brillaba en el cielo un hombre distinto la visitaba en el templo. Lía estaba en su derecho.

Oren, Murtagh y yo, los amigos de Malakai, nunca aceptamos el honor de acudir a ella, por respeto. Pero no todos los guerreros eran tan generosos. Y Lía, para colmo de males, era una mujer muy hermosa.

Estrechamos el círculo entorno a Malakai, protegiéndole de las miradas indiscretas. El joven lloraba con lágrimas de borracho y blasfemaba como un diablo en contra de Lambia y sus sacerdotisas. Los dos años que nos llevaba siempre le habían presentado como un hombre adulto frente a nuestros ojos. Ahora tan sólo parecía un niño herido, roto por dentro.

Ilya apareció en ese momento y contuve un gemido de pánico. De todas las personas compasivas que poblaban Krymaria, mi Tabaria no era conocida precisamente por su piedad. Y al enamorado no le mostraba ni un ápice de simpatía por su dolor.

—¿Llorando otra vez, Malakai Calpin? —se paró frente a nosotros con las manos en las caderas y el rostro contraído como una hidra furiosa—. ¿No te da vergüenza? Delante del templo de Lambia, donde ella pueda verte.

Ninguno le dijimos que ella ya lo había visto o la temible bruja de ojos verdes nos maldeciría hasta el fin de nuestros días. Su pequeño cuerpo desgarbado era capaz de provocarnos más temor que la espada de Whiptall. De hecho, todos tragábamos de forma sonora, aguantando el tipo frente a nuestro amigo.

—No sabes nada de los asuntos del corazón, dacha – le escupió a gritos el aludido, su voz convertida en un graznido áspero.

—El corazón está más arriba, no entre tus piernas.

—¡Ilya!

Volví a gemir y me tapé el rostro con las manos, mientras los demás intentaban esconder las risas. La joven se encogió ligeramente ante el grito de Luanna, su tutora, que había observado la escena sin decir una palabra hasta entonces, aunque las comisuras de sus labios no dejaban de temblar. Incluso en los ojos del enamorado despechado brilló por un instante la diversión. Ilya, por supuesto, lo notó.

—Vamos, lleváoslo de aquí —nos urgió con la voz algo más suave, aunque de pronto entrecerró los ojos y nos miró evaluándonos como si hubiéramos cometido algún pecado—. A no ser… que tengáis intención de entrar al templo.

Esa suposición ya fue demasiado para nosotros. Cogimos a Malakai Calpin como buenamente pudimos y nos alejamos de allí bajo la atenta mirada de la pequeña sacerdotisa. Corrimos hasta llegar frente al templo de Nennia y nos dejamos caer en círculo junto a los cipreses de la entrada. La muerte parecía mucho más segura que Ilya.

De repente, y para sorpresa de todos, comenzamos a oír unas carcajadas roncas que se escapaban del pecho del borracho.

—Esa pequeña bruja —comenzó con una sonrisa torcida en sus amargados labios—, tiene más agallas que todos vosotros juntos.

Oren resopló avergonzado.

—Porque sabe que a ella no le pegarías.

—Que no, dice —volvió a reír Malakai, palmeando con fuerza el hombro del joven.

El silencio se asentó junto a nosotros, pero esta vez no fue desagradable y tenso, sino que parecía intensificar aún más nuestra camaradería.

—No —habló de pronto un Malakai más sereno—, no la pegaría. Esa potrilla es una buena Tabaria.

Esta vez me tocó el turno de resoplar, sin poder creerme lo que acababa de oír.

—Buena, dice —exclamé con brío—. Ilya tendría que haber nacido con el fuego de Nennia tatuado. Los enfermos darían la bienvenida a la muerte en cuanto la vieran aparecer para ayudarlos en su partida.

Todos rieron ante la intensidad de mis palabras. Así como todos conocían la historia de Malakai, todos estaban al tanto también de la tormentosa relación que me unía a mi Tabaria. Y todos habían sido víctimas alguna vez de su lengua viperina.

—Créeme, Darien, tienes suerte —continuó el loco enamorado—. Tienes suerte de que la diosa Eala te prohíba enamorarte de su sierva.

«Ni aunque la diosa Eala me obligara a hacerlo le entregaría mi corazón a esa arpía», pensé con seguridad. Aún así, decidí no poner mis pensamientos en palabras. No desafiaría en voz alta a una diosa, no fuera a ser que decidiera aceptar el reto.

1 comentario:

Iris Martinaya dijo...

Hola Kyra. Que atrasada voy contigo, tengo que pasarme a ponerme al día. Tengo poco tiempo, pero al fin, cuatro de mis historias están acabadas y registradas en el registro de la propiedad intelectual. Que subidon me dio cuando me dieron el papelito.
Que tal tu, como van tus cosas?
Bueno guapa ya me contaras, e intentaré pasar pronto.

Besos

Publicar un comentario

Todo lo que quieras comentar, estaré encantada de leerlo y publicarlo. De hecho, quedaré más que agradecida.