M.E. 1: La Lluvia Dorada II

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Dánae, Goltzius
Cayó en un sueño inquieto en el momento en que su cuerpo tocó el mullido colchón. Rodeada de coloridos cojines persas y apenas cubierta con una delicada gasa argéntea, casi transparente, no dejaba de rodar y retorcerse en el lecho, notando sus miembros pesados y sudorosos. El calor de la torre esa noche de verano era sofocante. Su mismo cuerpo ardía en una fiebre que nada tenía de enfermedad.
Se sabía observada. Por unos ojos oscuros que acechaban en la oscuridad el momento de cernirse sobre ella. Un hombre que la atrapaba con su poder y la hacía anhelar secretos prohibidos y primigenios. Estaba cerca, muy cerca.
Un suave rocío comenzó a salpicarla con su frescor. En ese inquieto duermevela veía caer polvo de oro de las mismísimas estrellas. Minúsculos granos se adherían a su cuerpo por encima de la delgada tela. Era pesado, la atrapaba contra el jergón. El calor se hizo más intenso, tanto que casi podía palparlo. Y sin embargo era ella la que se sentía palpada por la suavidad aterciopelada de la noche y esa lluvia mágica.
Su cuerpo parecía ondularse mientras el polvo continuaba marcándola. Tardó largo rato en percatarse de que era la gasa la que se movía sobre su piel, destapándola con una lentitud hipnótica. Se arrugaba poco a poco, acariciando la piel erizada de sus muslos, rozando las puntas enhiestas de sus pechos, hasta converger en un punto en su bajo vientre de donde nacían oleadas de exquisita embriaguez.
No pudo detener el gemido trémulo que escapó de sus labios entreabiertos cuando una fuerza invisible abrió sus piernas y un aliento denso entibió su centro húmedo para volver a inflamarlo en un instante. Casi parecía que una lengua estuviera lamiendo la esencia que se escapaba de lo más profundo de sus entrañas.
Un impulso incontrolable le hizo girar el rostro, mirando por entre las pestañas la pulida pared de la torre. Un espejo en el que se veía a sí misma reflejada, recostada con total abandono sobre un lecho en el que nunca había encontrado descanso. Un espejo en el que pudo observar a su aya recogiendo el polvo dorado en su regazo, su ávido rostro alzado hacia el cielo. En el que vio la figura de un hombre, arrodillado a los pies de la cama, con la cabeza moviéndose incesante entre sus piernas.

La dulce miel de su centro no dejaba de escurrirse en sus labios. Gruñía como un animal cuando cada vez que sacaba la lengua de su interior volvía a su boca cubierta de su esencia líquida, caliente y adictiva. No podía parar de beber de su cuerpo y sabía que tenía que hacerlo si quería probar alguna otra parte más de él. Pero por el momento continuó besando sus muslos, torturando la delicada perla de sensaciones, hundiéndose en la cavidad empapada de su ser. Necesitaba enardecerla hasta la locura para poder degustar el río de pasiones que se escaparía de ella y así poder al fin saciar su primera necesidad. El ansia que lo dominaba por esa mujer le hizo volverse agresivo, mordiendo y succionando con más fuerza, con más descontrol, mientras abría sus piernas a él, alzando sus caderas para poder profundizar aún más, imponiendo un ritmo que la dulce virgen a la que devoraba ni siquiera podía sospechar.
Apretaba su lengua con los músculos ínfimamente desarrollados, lo justo para poder sentirlo entrando y saliendo de su interior. Curvaba la lengua hasta llegar con ella a un lugar blando y rugoso, que de vez en cuando la hacía gritar con deleite. Abrió la boca aún más, tomándola por entero, deslizando la lengua una y otra vez por entre sus labios hinchados, deteniéndose en la cima palpitante para rodearla y apretarla, una y otra vez.
Danae empezó a alzar las caderas, meciéndose contra su boca. Bajaba las manos con intención de apretar más su rostro contra ella, pero solo encontraba aire, y más tarde su propio cuerpo inflamado del que se apartaba con vergüenza. Hasta que la avidez por llegar al lugar que cada caricia prometía la alcanzó al fin, y dejó que los dedos resbalaran por la carne empapada de la que Zeus se alimentaba; y mientras ella luchaba por darse placer él esperaba paciente, junto a la fuente de la que manaba el néctar que le mantenía vivo.
Gritó al fin, sacudiendo las caderas con más fuerza, y él se aferró a sus muslos, abrió la boca codicioso y dejó que el clímax fluyera hasta su garganta, tragando hasta limpiarla de su deseo.

4 comentarios:

J.P. Alexander dijo...

Muy buen capitulo, haces sentir como si uno estuviera ahi. De paso te mando un beso y tienes premios en mi blog

Iris Martinaya dijo...

Vaya con Zeus, esto seguirá no?
Por que seguro que Zeus tiene mas que darle a Danae, jaja.

Besos

Iris Martinaya dijo...

Hola guapa, tienes premios en mi blog.

Un beso

Perséfoneluz dijo...

Eso si que es erotismo, me encanta.

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