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Dánae, Goltzius |
Cayó
en un sueño inquieto en el momento en que su cuerpo tocó el mullido colchón.
Rodeada de coloridos cojines persas y apenas cubierta con una delicada gasa
argéntea, casi transparente, no dejaba de rodar y retorcerse en el lecho,
notando sus miembros pesados y sudorosos. El calor de la torre esa noche de
verano era sofocante. Su mismo cuerpo ardía en una fiebre que nada tenía de
enfermedad.
Se
sabía observada. Por unos ojos oscuros que acechaban en la oscuridad el momento
de cernirse sobre ella. Un hombre que la atrapaba con su poder y la hacía
anhelar secretos prohibidos y primigenios. Estaba cerca, muy cerca.
Un
suave rocío comenzó a salpicarla con su frescor. En ese inquieto duermevela
veía caer polvo de oro de las mismísimas estrellas. Minúsculos granos se
adherían a su cuerpo por encima de la delgada tela. Era pesado, la atrapaba
contra el jergón. El calor se hizo más intenso, tanto que casi podía palparlo.
Y sin embargo era ella la que se sentía palpada por la suavidad aterciopelada
de la noche y esa lluvia mágica.
Su
cuerpo parecía ondularse mientras el polvo continuaba marcándola. Tardó largo
rato en percatarse de que era la gasa la que se movía sobre su piel,
destapándola con una lentitud hipnótica. Se arrugaba poco a poco, acariciando
la piel erizada de sus muslos, rozando las puntas enhiestas de sus pechos,
hasta converger en un punto en su bajo vientre de donde nacían oleadas de
exquisita embriaguez.
No
pudo detener el gemido trémulo que escapó de sus labios entreabiertos cuando
una fuerza invisible abrió sus piernas y un aliento denso entibió su centro
húmedo para volver a inflamarlo en un instante. Casi parecía que una lengua
estuviera lamiendo la esencia que se escapaba de lo más profundo de sus
entrañas.
Un
impulso incontrolable le hizo girar el rostro, mirando por entre las pestañas
la pulida pared de la torre. Un espejo en el que se veía a sí misma reflejada,
recostada con total abandono sobre un lecho en el que nunca había encontrado
descanso. Un espejo en el que pudo observar a su aya recogiendo el polvo dorado
en su regazo, su ávido rostro alzado hacia el cielo. En el que vio la figura de
un hombre, arrodillado a los pies de la cama, con la cabeza moviéndose
incesante entre sus piernas.
La
dulce miel de su centro no dejaba de escurrirse en sus labios. Gruñía como un
animal cuando cada vez que sacaba la lengua de su interior volvía a su boca
cubierta de su esencia líquida, caliente y adictiva. No podía parar de beber de
su cuerpo y sabía que tenía que hacerlo si quería probar alguna otra parte más
de él. Pero por el momento continuó besando sus muslos, torturando la delicada
perla de sensaciones, hundiéndose en la cavidad empapada de su ser. Necesitaba
enardecerla hasta la locura para poder degustar el río de pasiones que se
escaparía de ella y así poder al fin saciar su primera necesidad. El ansia que
lo dominaba por esa mujer le hizo volverse agresivo, mordiendo y succionando
con más fuerza, con más descontrol, mientras abría sus piernas a él, alzando
sus caderas para poder profundizar aún más, imponiendo un ritmo que la dulce
virgen a la que devoraba ni siquiera podía sospechar.
Apretaba
su lengua con los músculos ínfimamente desarrollados, lo justo para poder
sentirlo entrando y saliendo de su interior. Curvaba la lengua hasta llegar con
ella a un lugar blando y rugoso, que de vez en cuando la hacía gritar con
deleite. Abrió la boca aún más, tomándola por entero, deslizando la lengua una
y otra vez por entre sus labios hinchados, deteniéndose en la cima palpitante
para rodearla y apretarla, una y otra vez.
Danae
empezó a alzar las caderas, meciéndose contra su boca. Bajaba las manos con
intención de apretar más su rostro contra ella, pero solo encontraba aire, y
más tarde su propio cuerpo inflamado del que se apartaba con vergüenza. Hasta
que la avidez por llegar al lugar que cada caricia prometía la alcanzó al fin,
y dejó que los dedos resbalaran por la carne empapada de la que Zeus se
alimentaba; y mientras ella luchaba por darse placer él esperaba paciente,
junto a la fuente de la que manaba el néctar que le mantenía vivo.
Gritó
al fin, sacudiendo las caderas con más fuerza, y él se aferró a sus muslos,
abrió la boca codicioso y dejó que el clímax fluyera hasta su garganta,
tragando hasta limpiarla de su deseo.
4 comentarios:
Muy buen capitulo, haces sentir como si uno estuviera ahi. De paso te mando un beso y tienes premios en mi blog
Vaya con Zeus, esto seguirá no?
Por que seguro que Zeus tiene mas que darle a Danae, jaja.
Besos
Hola guapa, tienes premios en mi blog.
Un beso
Eso si que es erotismo, me encanta.
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