Vagancia


Pura y dura!

Eso es lo que me ha tenido esta semana alejada de mi mundo virtual, este que por lo general me trae más alegrías que cualquier otra cosa y en el que puedo ser yo.

Justo la semana pasada, me hacía el fiel propósito de ser más constante, de escribir no sólo cuando me apeteciera, sino todos los días. Al fin al cabo, tengo la intención de convertirme en escritora. Bueno, pues he empezado fatal.

Está claro que la constancia no es una de mis virtudes, ni lo será jamás. Más bien es un trabajo que voy a tener que esforzarme en realizar, pero al que me comprometo, porque no es justo para las que me leéis que diga que voy a escribir una cosa y luego no lo haga. Por eso me disculpo, y no voy a comprometerme con nada más. Tan sólo deciros que pienso compensar de alguna forma esta semana tan estéril.

Un beso enorme y gracias por seguir ahí, a pesar de todo.

Siempre se acuerdan de mi...

Pongo nuevos regalos que me hicieron la semana pasada dos grandes escritoras de esta blogosfera. Si no conocéis sus espacios, deberíais pinchar en los links y pasaros un rato (uno muy largo y grato, por cierto)




Una de ellas es Iris, a la que quiero dar las gracias por acordarse de mí una vez más. Su blog: Alas para Volar. Una de sus grandes virtudes: la constancia. Es un gran trabajo el que hace, escribiendo a diario y regalándonos esos pedacitos de historias que a todos nos acaban poniendo los pelos de punta en algún momento. Gracias Iris, de todo corazón.
Muchas gracias a Citu también, de Enamorada de las letras, Su gran virtud, a mi parecer: La energía, el trabajo y la ilusión que pone en cada una de sus historias. Creo que es eso, a parte de sus palabras, las que les dan la magia que las rodean.
Muchas gracias a las dos por acordaros siempre de mí!!!

YA ES MÍA!!


Por fin!!!!
Ayer se puso a la venta la película AVATAR, en mi opinión una de las grandes - y no sólo por sus efectos especiales-. Hoy, 22 de Abril, Fiesta de la Tierra, me he dado mi pequeño homenaje particular y me he comprado la película. Creo que, junto con los libros de Ángeles y Érika, es la mejor compra que he hecho en muuuucho tiempo (y casi la única, que la economía no da para mucho XDD)
Hay quién dice que esta película es una mezcla entre los Pitufos y Pocahontas. Bueno, creo que es una forma distinta de demostrar la fobia que le tiene la gente a las historias de personas que no son como nosotros (azules, negros, chinos, indios...). También creo que quien no se haya emocionado al ver caer Árbol Madre y la pena de los Na'vi es que tiene sangre de horchata. Y quien no se haya alegrado al ver a los destructivos humanos expulsados de Pandora es que tiene muy poca fé en en el futuro de nuestra propia Tierra.
Quizá aquí no tengamos unobtainium que extraer, pero ya nos encargaremos nosotros de buscarlo cuando el resto de los recursos naturales se agoten. ¿Y entonces qué?
Creo que hoy, 22 de Abril, Fiesta de la Tierra, es un buen día para hacer una reflexión acerca del rumbo que llevamos. A mí, personalmente, no me gusta ver casas donde antes había árboles, o por donde pasaba el curso de un río. Es algo que no sólo depende de mí, ni de los demás. Es algo que depende de todos.
Y es algo que nos beneficiará a todos.
Porque si hay algo que es cierto es que el mundo no va a acabarse. Podrá haber terremotos, volcanes, tsunamis y demás catástrofes naturales. Podemos contaminar nuestra atmósfera hasta que sea irrespirable. ¿Y quién va a sufrir más por ello?
La Tierra siempre va a estar ahí... Y a mí me gustaría estar con ella. Y que mi pequeña sobrina pueda conocer los colores de la naturaleza, como los vi yo de niña. ¡Ojala yo hubiera visto los tonos que disfrutaron mis abuelas!
Todos tiramos de vez en cuando la basura de nuestra casa... Dejemos entonces de ser basura para la Tierra, no vaya a decidir que es hora de sacarla.
Aclaración antes de que empiecen a machacarme. Soy consciente de que en algún sitio tenemos que vivir y de que tenemos que comer y de si quiero internet, movil y mil cosas más, la Tierra va a sufrir. No abogo por volver a vivir en las cavernas, pero sí un poco de conciencia natural, que falta nos hace. Intentemos adaptar un poco esta forma de vida de manera que hagamos el menor daño posible.

M.E. 2: Una noche con la diosa del deseo I



Las Perlas de Afrodita,
Herbert James Draper
Tomaba su baño en la amplia piscina revestida en lapislázuli, rodeada de doncellas de piel blanca que tocaban su pelo con reverencia. El agua apenas estaba cubierta ya de espuma, espuma de la que ella había nacido y a la que su nombre hacía reverencia. Reía con deleite cuando salpicaba gotas esponjosas a los cuerpos de sus acompañantes, pero no consentía que ninguna de ellas manchara su nívea dermis. Tenía lo mismo de caprichosa que de bella… y su hermosura no era comparable a la de ningún otro ser vivo.
Con una palmada, el juego terminó y las muchachas se apresuraron a salir del agua para buscar la seda blanca que secaría sus pieles de alabastro. No tardaron en preparar otra irisada que cubriría el cuerpo de su señora.
Ares observaba la escena desde la puerta abierta, sonriente, sus ojos perdiéndose en los muslos tiernos que corrían para satisfacer a su amante por no mirar aquellos que lo dejarían fuera de combate a la primera provocación. Pero ella sabía que estaba allí. La seductora sonrisa que curvaba sus rosados labios gruesos era la misma que reservaba para sus encuentros privados. Era la misma que guardaba sólo para él.
La vio sacudir la cabeza al compás de una risa cristalina que le llegó a lo más profundo del alma y se instaló en su vientre. Su hermosa cabellera cobriza brillaba reflejando los rayos del sol que se colaban por las celosías de las ventanas y se extendía hasta cubrir las redondeadas caderas. Se anticipó a la sensación de esas guedejas onduladas acariciando sus muslos y la ropa holgada debajo de la armadura dejó de disimular su excitación.
Afrodita sentía en su espalda y sus caderas el cosquilleo de los ojos acariciadores de Ares. Se moría de ganas de echar a todo su séquito de una palmada e invitar al dios a su lecho, pero el día anterior había preferido guerrear contra los humanos a jugar con su espada entre sus muslos y tenía que hacerle pagar.
Dejó que la toalla de seda se escurriera hasta sus caderas, donde quedó arrugada y abierta sobre un muslo. Una rodilla se apoyó como al descuido en el colchón y estiró su cuerpo sobre las sábanas arrugadas, llevando el pelo húmedo hacia un costado.
—Los aceites —su voz melosa susurró la orden que sus siervas se apresuraron a cumplir—. De jazmín.
No tardó en sentir las delicadas manos sobre su espalda, esparciendo el perfume aceitoso con un masaje suave. El aroma de la excitación de un hombre se coló por entre los efluvios del jazmín y la diosa suspiró con deleite, moviendo las caderas contra el colchón. Las manos se deslizaron hasta sus piernas y también allí frotaron hasta que su piel adoptó el tono rosado de la aurora.
Se volvió en un movimiento lánguido y medido, que sacudió sus pechos y bajó aún más la seda de sus caderas. Las manos pasaron entonces a su cintura y sus pechos que pronto se impregnaron del aroma dulzón. Unos dedos atrevidos juguetearon con las puntas coralinas, que se irguieron al primer roce, ansiosas de más caricias. El gemido gutural que dejó escapar entre sus labios entreabiertos dio el aviso que todas esperaban.
Dos se hacían cargo de sus brazos. Otras dos de sus piernas. Pero todas empezaron a dirigirse al centro de su cuerpo, que esperaba con avidez el roce de un amante… o de varias. Sus pezones volvieron a verse sacudidos, pero esta vez por una lengua tímida que tan sólo dejaba golpecitos leves sobre ellos. Mientras, la tela que la cubría se iba abriendo mostrando la perfección de su cuerpo.
Los muslos no tardaron en ser asaltados y su entrepierna se humedeció en el acto, mezclando su aroma con el perfume de las flores del amor. Pasó la lengua por los elásticos labios y vio la figura de su amante en el umbral, macizo y erecto, esperando una invitación que no llegaría hasta que ella estuviera saciada. Pero se la saltó impaciente cuando unos dedos curiosos frotaron con aceite el pubis limpio de vello.
—Quizá prefieras las caricias de un dios —no era una pregunta, si acaso un gruñido que pretendía provocar la huída de sus doncellas.
—¿Por qué? —gimió con perverso placer—. Nadie como una mujer para satisfacer de diferentes maneras las necesidades de una diosa.
—Yo las conozco todas.
—Mira de todas formas, por si acaso aprendes alguna.
Dejó que sus párpados se alzaran lentamente destapando unos iris azules, casi transparentes, capaces de hacer postrarse a sus pies al más aguerrido de los dioses. Ares casi lo hizo, pero recordó el gusto por los juegos de la pérfida hembra que meneaba las caderas contra las manos deseosas de complacer.
—¡Marchaos todas! —rugió furioso
—¡No!
—¡Fuera he dicho!
Las jóvenes abandonaron la habitación entre gritos asustados y risas nerviosas por el grandioso espectáculo que se les iba a ofrecer a continuación. Afrodita se arrodilló en la gran cama con dosel, irguiendo su espalda, apuntando con los pezones tirantes al torso musculoso de su amante. Su rostro mostraba toda la ira que guardaba para esas ocasiones, mientras su cuerpo hervía de deseo por arrastrarse a los brazos del dios.
—No eres nadie para dar órdenes aquí —susurró lentamente.
El tono aterciopelado de su voz se enroscó en su bajo vientre, como una lengua juguetona y experta.
—Soy un guerrero —afirmó subiendo los escalones que llevaban a su presa—. Y tú eres mi recompensa cuando vuelvo a casa después de un combate.
—Pero esta no es tu casa, guerrero.
Sonrió con maldad al llegar al borde del colchón y lanzó una mirada desdeñosa a la rica estancia llena de columnas, guirnaldas y joyas.
—Ésta ten por seguro que no. Pero ésta… —adelantó una mano y la internó en la sedosa calidez entre sus piernas, haciéndola lanzar un gritito mezcla de indignación y placer.
La diosa apresó su antebrazo con su pequeña mano. Un gesto simbólico de rechazo, ya que sus caderas se movían contra sus dedos, urgiéndole a ir más deprisa.
Sus ojos se deleitaron con la imagen de la mujer arqueándose, apretándole y jadeando en busca de la culminación. Aprovechó el momento de éxtasis para hundir dos dedos en la carne que lo buscaba y concluyó con arrogancia:
—Ésta es toda mía.

M.E. 1: La Lluvia Dorada V

— Anterior: Parte 4 —

Dánae, Artemisia Gentileschi


Lenta, muy lentamente, una carne enardecida se colaba en su propio cuerpo enardecido. Parecía tan natural, después de las sensaciones que había despertado en ella que no se molestó en sentir vergüenza ni aprensión. Simplemente, curiosidad por saber qué nuevas chispas encendería en su cuerpo.
Lenta, muy lentamente, se deslizaba en ese lugar que jamás se había humedecido tanto, y sonrió con deleite al caer en la cuenta que era esa humedad la que le permitía resbalar, internándose en las profundidades de su ser.
Lenta, esa carne que palpitaba al ritmo de su corazón traspasó la barrera que la marcaba como doncella, tan lentamente que apenas sintió un pellizco de dolor antes de que sus músculos se expandieran para acogerle completamente. Suspiró de dicha al sentirse colmada. Y cuando quiso suspirar de nuevo su aliento quedó preso en la lengua que terminaba de llenarla, al igual que su cuerpo se rindió al peso que la apretaba contra el colchón y empujaba para abrir aún más sus piernas.
Dobló las rodillas en un acto instintivo, alzando las caderas al encuentro de la fuerza invisible que había llegado a ella en forma de lluvia dorada. Ese gesto le hundió aún más en ella, provocando un rayo de placer que la obligó a arquearse a su paso. Volvió a tocar un cuerpo firme, duro y tenso sobre ella y dejó que sus manos vagaran, recorriendo aquello que sentía como real, casi más que ella misma, y sin embargo debía ser mágico para que sus ojos no pudieran encontrarlo.
Apretó con fuerza el miembro invasor, chupando con la misma ansia como lo había hecho con su boca, buscando ese algo desconocido que prometía tan sólo con estar dentro. Sacudió las caderas, intentando obligarle a que la hiciera llegar a ese lugar que ya conocía, pero que aparentaba ser aún más auténtico, más veraz. Gruñó cuando se dio cuenta de que el cuerpo no hacía absolutamente nada, tan sólo respirar sobre ella, acariciarle los labios con la aspereza de su lengua y apretarse sin moverse en su interior. Ronroneó cuando se dio cuenta de que por más que se movía bajo él, no había nada que pudiera hacer ella sola para alcanzar la cima de sensaciones que anhelaba. Y sollozó al fin con una súplica, mordiéndole la boca, al sentir su vientre tenso, listo y preparado para explotar en una marea de dicha.
Fue entonces, cuando lenta, muy lentamente, la dulce y ansiada fricción la convirtió en una mujer ansiosa de sus caricias y su cuerpo.

Tuvo que detenerse, había tenido que hacerlo por miedo a derramarse en esa cálida estrechez desde la primera penetración. Sentirla aferrándose a su sexo como si chupara de él, casi le había llevado a la liberación más temprana. Cuando supo que podría moverse sin morir de dicha entre sus brazos fue cuando se retiró para volver a empujar en ella con la contención desatada.
Estaba tan mojada… tan preparada para lo que su cuerpo quería ofrecerle. Tan abierta y ansiosa porque invadiera su espacio más terreno y a la vez más divino. Entrar en ella era como hacerlo en un bizcocho esponjoso y caliente, bañado de licor de néctar, dulce y embriagador a partes iguales. La sentía extenderse a su alrededor, como la corola de una flor buscando el rocío de la mañana en primavera, para después atraparle entre la aterciopelada firmeza de sus pétalos rosados. Los tallos tiernos de sus piernas se enroscaban entorno a sus caderas como hiedra verde, las livianas hojas de sus pies acariciando el interior de sus muslos. Y él era el pájaro que la germinaba, su pico dorado penetrando en la dulzura de su cáliz, buscando el polen sagrado que da la vida.
Se hundía más y más en ella, notando la forma en que sus músculos separaban la piel de su miembro, empapando la carne que la llenaba con su flujo virginal. La gruesa cabeza tropezaba en su huida misteriosa con un saliente que parecía querer acoplarlo en su interior para siempre, pero que al chocar los hacía gemir a ambos, haciendo aún más grande su necesidad.
Bailaban juntos al son que imponía la naturaleza y sus propios cuerpos, sudorosos y jadeantes, ansiosos y trémulos. Cada lugar en el que se rozaban era tan sólo un punto más en el que el placer convergía para luego estirarse en una ola infinita.
Dánae hacía ya tiempo que había abandonado su pudor y se dejaba llevar por las acometidas gritando enloquecida, negando con la cabeza por ese placer mágico y doloroso a un tiempo, sacudiendo las caderas a un ritmo frenético que no aguantaría por más tiempo.
Y sucedió. Frunció el ceño con fuerza y abrió los labios en un grito silencioso que él tragó en su boca. Se estrechó aún más entorno a carne, oprimiéndole, como si la liberación empezara en él y sólo él pudiera traspasársela. Fue un ruego eficaz. Sintió cómo se le tensaban los riñones y dejaban escapar una corriente de dicha que atravesó su miembro y penetró en el cuerpo de la joven, que se dejó arrastrar en la marea de sensaciones.
Explotaron juntos, unidos por sus bocas y sus sexos, dejando que el placer fluyera entre ambos, en oleadas que empezaban en uno y terminaban en el otro. Salían al encuentro de cada golpe de dicha con una urgencia que rayaba con la locura, contorsionándose en una danza que parecía no tener fin.

Cuando Dánae despertó, ya era de día y el sol bañaba su cuerpo blanco cubierto por la lluvia dorada. Continuaba como él la había dejado, de espaldas, con los miembros laxos y las piernas abiertas, sus rizos todavía húmedos por el placer compartido.
Sonrió al recordar cada una de las maravillas que ese cuerpo invisible le había enseñado y se acarició el vientre, el lugar donde más sensaciones habían pulsado. Una voz grave y profunda daba órdenes en su oído, mientras ella pasaba las manos una y otra vez por debajo del ombligo.
«Destructor —susurraba una y otra vez—. Destructor.»
Nueve meses más tarde, su hijo se llamó Perseo, el nombre que su padre le había dado.

2 Regalos!!

Quiero agradecerle a Iris, por estos dos regalitos que me dejó en su blog Alas para Volar. Muchas gracias por acordarte siempre de mí.

La rabia es que creo que la mayor parte de todos mis Buenos lugares ya tienen este premio, así que se lo quiero regalar a todos y cada uno de ellos (nuevamente XD). Aunque no se lo lleven, que sepan que lo tienen, de corazón.

Leyendo... y Creando...

LEYENDO...

Y CREANDO...

5º y último capítulo de Dánae (con paciencia, que la lectura me tiene absorbida)
Borrador de Noche de Tamán (ya lo tengo, ya lo tengo, ya queda poquito!!!)

Histeria nacida de la más profunda desesperación


Un año ya sin trabajar.
No es que el hecho en sí me preocupe. Yo en mi casa estoy muy a gusto y busco todas las maneras posibles de entretenerme; con éxito, debo añadir. De hecho, he aprovechado para sacarme el título de TCP. Tripulante de Cabina de Pasajeros, para los entendidos; Azafata de vuelo para el común de los mortales; Camareras del Aire para los cínicos que de todo tienen que hacer un chiste.
Decidí seguir el consejo de personas muy cercanas mí – mi novio y mi madre parecieron ponerse de acuerdo –, y empecé a pensar que tal vez era verdad eso de que no tenía que conformarme con poco, que yo valía para mucho mas. Debería haberme conformado entonces con intentar salir en los anuncios de L’Oreal.
Cuatro meses después de sacarme el preciado título – a un módico precio que podríamos llamar “verdadero pastón” y que ha vaciado considerable las exiguas arcas de mis padres –, y con dos meses de curso superintensivo de inglés – que las han descargado todavía más -, me pregunto QUÉ DIABLOS ESTOY HACIENDO CON MI VIDA.
La verdad es que tres intentos fallidos – muy pero que muy fallidos –, de búsqueda de trabajo, están a punto de hacer que sumerja en el pozo más negro de cruda realidad en el que me visto jamás. Sólo de pensar en el gripazo que voy a tener en el momento en que mis músculos se relajen lo suficiente como para que algún virus pueda hacer efecto en mi organismo, empiezo a temblar. Es más, ya estoy preparando los libros en mi mesilla para cuando eso suceda.
El caso es que no sé qué se piensa la gente – y con esto me refiero a los empresarios y los departamentos de Recursos Humanos – que estamos dispuestos los jóvenes a tolerar, crisis o no crisis.
Vale que en mi curriculo ponga que dispongo de “movilidad geográfica”, vale. Pero eso se supone que será cuando haya firmado un contrato y un sueldo empiece a engordar mi cuenta. No se refiere a que me llamen a las 6 de la tarde de hoy y me digan que tengo que ir a una entrevista de trabajo mañana por la mañana a Barcelona (desde Madrid que es donde vivo), viajes y hoteles pagados con MI dinero.
Pero bueno, estos por lo menos se quedaban en la península, recuerdo otros que me dijeron que tenía que irme a Londres para hacer un curso – como el que ya había hecho y pagado y con el que conseguí mi título oficial expedido por el Ministerio de Fomento y válido para toda Europa, supuestamente –. El cursito duraba nada más y nada menos que un mes, en el que yo tendría que vivir del aire – y para el trabajo –, y del que luego me descontarían el precio en las primeras nóminas.
¡Por Dios, que alguien me pegue un tiro!
Debí quedarme con la primera opción, esa en la que me mandaban a trabajar a Oriente Medio por un pastón y en el que tan sólo me pedían que ofreciera todo mi tiempo y mi vida a su servicio. ¿A quién le importa que no hubiera podido casarme con mi novio en mínimo tres años? ¿Qué problema hay por tener que fichar en casa a las 22 horas? ¿Quién se preocuparía porque, si mi familia viniera a verme, mi padre, hermano y novio tuvieran que irse a dormir en un hotel porque yo soy mujer?
Este es el momento en el que vuelvo a preguntar, y por favor que alguien me dé una respuesta, ¿QUÉ COÑO ESTOY HACIENDO CON MI VIDA?
Yo soy una mujer sencilla, nada ambiciosa, que solo aspira a vivir tranquila y a escribir en su tiempo libre – hasta que por fin pueda hacerlo durante todo el tiempo que quiera –. No aspiro a ganar el pastón del siglo, con que me dé para vivir tengo suficiente. Pero es que cada día que pasa parece que tenemos que pedir permiso hasta para cobrar – la basura que se cobra habitualmente –, como si no demostráramos con nuestro trabajo que nos lo merecemos. Y sí, al que no se lo merezca, que lo echen a la calle. Pero que no me pidan que dé mi vida por cuatro duros cuando hay cuatro peces gordos que se tocan la barriga a dos manos y se llevan el oro y el moro. O cuando mi puesto de trabajo está ocupado por sobrinos de…, hijos de tal…, la que le come la… a… Y que no se me quejen los mileuristas que ya me habría gustado a mí serlo en mis tiempos de empleada “feliz”.
Llevo dos semanas con un tic en el ojo, tengo la cara cubierta de un caso grave de erupción acneica que ni en mis tiempos de adolescente, no tengo ni hambre ni sueño y viniendo de mí es una confesión de peso y no puedo ni echar un jodío polvo porque de la histeria que tengo encima estoy más seca que el Sáhara en sequía.
Estoy perdida en esta vida que nos fuerza a querer más y más y a tener menos y cada vez menos. Quiero encontrar mi lugar de una vez. Y creo que ya va siendo hora, ¿no?

M.E. 1: La Lluvia Dorada IV

— Anterior: Parte 3 —

Dánae, Tiziano
La magia que la había hecho saltar en un profundo abismo, la despertó de nuevo tanteando su ombligo.
La noche avanzaba, oscureciendo aún más la estancia. Tan sólo su cuerpo brillaba iluminado con la lluvia dorada que la bañaba, dándole tanto placer. Ahora ese placer se extendía de nuevo por su vientre, con esa lengua invisible que dejaba rastros húmedos por su piel.
El peso cálido que se había instalado entre sus piernas, subía ahora por su cintura, aplastándola contra el colchón de un modo excitante. El cosquilleo de un cabello, suave como plumas, le arrebató un suspiro nacido de sus mismas entrañas. Pero sobre ella seguía sin haber más que aire.
Giró el rostro hasta el espejo que eran las paredes y el reflejo del hombre adorando su cuerpo seguía estando allí. Su cuerpo moreno resbalando por el suyo más blanco, sus manos acariciando los costados pálidos. Las sentía cálidas y curiosas, acercándose a los senos trémulos y expectantes. Su boca se abría sobre su piel, dejando ver una lengua roja que no dejaba pulgada sin explorar, cada vez más cerca de las puntas necesitadas de su femenino deseo.
Los músculos del hombre resultaban duros y hermosos, presionando entre sus muslos, despertando ese lugar prohibido que volvía a humedecerse con el toque divino. Cada vez que se alzaba para un nuevo roce, veía el rastro brillante de su anhelo manchando el vientre firme. Dobló las piernas, alzándolas y abriéndolas, rindiéndose a su cuerpo, rodeando sus caderas con los muslos tensos.
Un soplo de brisa tibia susurró entre sus pechos, incitándola a arquearse sobre el colchón, entregándole la única ofrenda de que disponía. Su misma esencia.

El camino hasta la palidez lechosa de sus senos se hizo eterna, pero su piel con sabor a caramelo le invitaba a seguir lamiendo hasta hacerla derretirse bajo su lengua. Sus manos llegaron antes que su boca.
Arropó las pálidas frutas doradas con sus grandes palmas. Las meció con ternura, separándolas y estrechándolas, moldeándolas con sus dedos hasta que el oro dio paso a un extasiado rubor. Rodeó las cimas rugosas y jugó con ellas, mientras escuchaba sus suspiros de placer, mientras la sentía arquearse bajo su toque.
El rostro había llegado a su destino y por un momento se limitó a observar cómo la mórbida carne se adaptaba a los contornos de sus manos, cómo las puntas enhiestas se escapaban por entre sus dedos con un latido dolorido que le incitaba a calmarlos con su boca. Las acarició con los labios secos, cubriéndolos y destapándolos con rapidez, resistiendo la tentación de morderlos para probar su consistencia.
Se imaginó los pechos grandes y pesados, llenos odres de leche tibia que amamantarían el fruto de su unión. Los pezones endurecidos y tirantes, deseosos de la succión que los liberase de su carga. La vio sosteniéndolos, guiándolos hacia la boquita abierta de su hijo. Y perdió la batalla de la contención, aferrándose a ellos como un bebé hambriento.
Los chupó con ansia, amamantándose hasta que casi creyó que la leche materna fluía por su garganta. Se trataba de su propia saliva, que le llenaba la boca al degustar los ricos manjares de su fértil cuerpo.
Movió el vientre entre sus piernas, dejando que los jugos de su deseo le emparan nuevamente. La notó tanteando el aire sobre ella, buscando un cuerpo al que aferrarse mientras las delicias de la carne volvían a poseerla. No lo encontró, por lo que se aferró a sus propios pechos, apretándolos, ofreciéndoselos sin saberlo. O sabiéndolo y deseándolo.

El pálpito ansioso de su miembro se convertía ya en una necesidad. Había salvado su dulce boca de la explosión de su simiente, pero ésta se acercaba inexorable y no deseaba manchar sus muslos con ella. Quería llenarla con ella. Así que alzó las caderas y se preparó para la posesión definitiva.

Regalos

Muchas gracias a Citu de Enamorada de las letras, por estos regalos que me ha hecho:



Los dos primeros tienen unas normas:

Tu blog me inspira a seguir:
1- Agradecer: Gracias de nuevo, Citu
2- Explica cómo se te ocurrió hacer el blog: Mi amiga Lhyn tenía uno. Cuando me lo enseñó me gustó un montón. Entonces pensé que yo también podría tener uno y colgar todas las cositas que escribo y que nunca me había atrevido a enseñar a nadie. Y desde entonces pues ahí sigo, animándome gracias a los comentarios tan bonitos que me deja la gente. Porque probablemente si nadie leyera esto tampoco tendría el mayor sentido.
2- Dárselo a seis blogs: Creo que los blogs a los que se lo daría ya están premiados, así que haré como con los demás. Que los coja quién me visite!!!

Premio tentación:
1- Agradecer: Muchas gracias, Citu!
2- Pasar por su blog y dar las gracias: lo hago en cuanto lo cuelgue!!
3- ¿Qué te tienta más de un chico? Quizá parezca una sosa, pero realmente, lo que más me atrae, es su conversación. Que sea un buen convensador.
4- Otorga a 6 blogs: Digo lo mismo que en la anterior. Es para todos los que entráis a leer mis cosas

También quiero agradecerle a Iris, Alas para Volar por su regalo particular. Muchas gracias!

M.E. 1: La Lluvia Dorada III

— Anterior: Parte II —

Dánae, Gaspar Becerra
La sorprendió una presión delicada pero firme contra sus labios. Algo se apretaba contra ellos, caliente y aterciopelado. El aroma almizcleño inundaba sus fosas nasales, incitándola a acercarse aún más, a tomar en la boca aquello que se le ofrecía. Se humedeció los labios, dejando que su lengua rozara lo que la instaba a abrirse. Carne. Gruesa y dura. Picante y salada. Mojada…
Abrió la boca, dejando entrar esa carne que le gustaba, limitándose a chuparla y succionarla, a rasparla suavemente con sus dientes. No tenía ni idea de lo que le estaba pasando, ni de lo que tan ávidamente empujaba en su interior, pero la llenaba de una dicha irresistible, contra la que no quería luchar.
Gimoteaba mientras se hundía más adentro, protestaba cuando amenazaba por salir de ella, aún cuando aprendió que sólo era un impulso necesario para que resultara aún más placentero. Adelantó una mano y pudo apoyarla sobre más carne, firme y cubierta de vello que le hacía cosquillas en la palma. Abrió los ojos curiosa, pero sólo encontró el reflejo de un hombre desnudo, que daba la espalda a la pared y que mecía sus caderas contra lo que había sobre la cama.
Dilató los ojos aún más, al darse cuenta que era ella la que estaba sobre la cama y que lo que chupaba ansiosa era la carne de un hombre. Gimió de forma gutural al aceptar el hecho, cerrando los párpados para poder saborearlo a placer.

El hombre apenas podía contener sus mudos gemidos, mientras la pequeña boca tomaba su cuerpo como si bebiera sedienta de un odre. Se deslizaba entre sus labios blandos, que desnudaban la fuerza de una lujuria infinita. Podría dedicarse durante toda la eternidad a saciar la sed de aquella boca inexperta, ofreciéndole su cuerpo para que lo degustara con semejante deleite.
Sus mejillas arreboladas se hundían y expandían en su ansia por saborearlo. Tan pronto sus labios se abrían para poder pasar la lengua a lo largo de su carne henchida, como su boca se cerraba entorno a la cabeza perlada de su semilla. Sus pequeñas manos lo habían encontrado y acariciaban curiosas la piel suave por ella humedecida, ahuecaban la pesada bolsa que guardaba su simiente esperando la explosión que la liberaría.
Guardaba su pudor manteniéndose invisible, pero ella clavaba los ojos abiertos en un punto detrás de él, y parecía gustarle lo que veía.
La instó a tomar más rápido lo que le ofrecía, mientras sus dedos exploraban su cuerpo tierno bajo él. Una fugaz caricia a sus pechos, a su vientre tembloroso, hasta llegar al manantial de dicha que le había nutrido hacía unos instantes. Volvía a fluir de él un denso elixir que aumentaba con cada succión y empapaba su mano, brillante y resbaladizo. Se lo llevó a la boca paladeándolo de nuevo, dejando que ella rogara por sentirlo justo allí, enjuagándola de esa locura.
Lo hizo, una y otra vez, ahuecando la palma mojada sobre ella, presionando el nudo de nervios que una vez ya la había hecho explotar. Hundía los dedos en ella, llenándola, advirtiéndola de lo que vendría a continuación. Pronto descubrió que la exquisita boca de la joven se movía al ritmo que él mismo imponía, y lo fue aumentando hasta que la locura los envolvió a partes iguales. Penetraba su boca al mismo son que se movían sus dedos, arrancándola gemidos furiosos que le instaban a otorgarle el placer que prometía. Más rápido, más y más aún.
Sostuvo la palma abierta en su pubis delirante y apretó los dedos en su interior a una velocidad enloquecedora, hasta que la notó tentarse, apretarse contra él y de su fuente manó el néctar, regando la mano que la torturaba, su vientre y sus propios muslos en una liberación sublime.

Delfos, Santuario de Apolo

Los Dioses del Olimpo, del Grupo Tempe (Clasicos de Grecia y Roma, Alianza Editorial) cayó en mis manos cuando yo tenía alrededor de 12 años. La mitología siempre ha sido una de mis grandes pasiones y me bebí el libro más que leerlo, a pesar de ser una recopilación de los dioses, con sus atribuciones, cultos, presencia en la literatura y el arte... vamos, que no es una novela. El caso es que presiento que después de unos cuantos años más, éste libro va a seguir ayudándome. En aquel entonces me ilustró sobre una cultura y religión que yo adoraba. A día de hoy me hace reflexionar acerca de todo lo que me enseñó.
Muchas veces me pregunto si todas las religiones que se han practicado desde que el mundo es mundo no tendrán todas un mismo origen y una misma finalidad. Por supuesto me refiero a las que se han tachado de mitologías, puros cuentos con los que entretenernos en esta era tan descreída, y en torno a los que han girado las vidas de tantas personas.
Uno de los "mitos" que siempre me ha llamado la atención es el culto de Apolo, con sede en el Santuario de Delfos, en el que una sacerdotisa - llamada pitia -, utlizaba las cualidades proféticas de la Tierra. Para ello, la pitia "se sentaba en un recinto prohibido del santuario (ádyton) sobre el trípode profético, especie de caldero de poco fondo con tres largas patas, y junto al omphalós, "ombligo" o gran piedra sagrada, que se creía que marcaba el centro de la Tierra.
Algunas tradiciones, quizá más antiguas, no hablan de un templo construido por el hombre, sino de una gruta en la que los vapores sumían a la sacerdotisa en estado de trance, "entusiasmo" o posesión divina.

Las excavaciones arqueológicas no han podido confirmar esta tradición, lo que a mi modo de ver no significa que no existiera realmente. Pero claro, esto es una simple opinión.
Lo que me ha llamado verdaderamente la atención de este culto es que, a pesar de referirse a un Dios masculino, sea una mujer la figura principal del mismo. Y que, aunque Apolo sea primeramente considerado Dios del Sol, sea gracias a la Tierra a través de la cual la pitia pueda alcanzar el trance profético. Otra humilde reflexion, por supuesto.
Sea como fuere, quizá esta sencilla referencia pueda ayudarme en algún momento en mi propio culto a la escritura. Todavia no sé cómo.
Quizá no llegue a saberlo... o sí.

Halagos y Recompensas (II)

Vuelvo a tener un saco lleno de premios que sinceramente no merezco, de manos de dos amigas que visitan mi blog a menudo.
Iris, de Alas para Volar, un blog donde poder seguir varias historias con unos giros realmente inesperados. Donde la ternura y el amor importan más que cualquier otra cosa.


Citu, de Enamorada de las letras, también me ha dejado grandes regalos en su blog, un lugar donde el amor por la escritura se puede palpar del mismo modo que el amor que sienten sus personajes.











MUCHAS GRACIAS A LAS DOS!!
A mí me gustaría darle estos premios a toda la gente que entra en el blog. No seáis tímidos! Podéis coger los que queráis!!

M.E. 1: La Lluvia Dorada II

— Anterior: Parte I —

Dánae, Goltzius
Cayó en un sueño inquieto en el momento en que su cuerpo tocó el mullido colchón. Rodeada de coloridos cojines persas y apenas cubierta con una delicada gasa argéntea, casi transparente, no dejaba de rodar y retorcerse en el lecho, notando sus miembros pesados y sudorosos. El calor de la torre esa noche de verano era sofocante. Su mismo cuerpo ardía en una fiebre que nada tenía de enfermedad.
Se sabía observada. Por unos ojos oscuros que acechaban en la oscuridad el momento de cernirse sobre ella. Un hombre que la atrapaba con su poder y la hacía anhelar secretos prohibidos y primigenios. Estaba cerca, muy cerca.
Un suave rocío comenzó a salpicarla con su frescor. En ese inquieto duermevela veía caer polvo de oro de las mismísimas estrellas. Minúsculos granos se adherían a su cuerpo por encima de la delgada tela. Era pesado, la atrapaba contra el jergón. El calor se hizo más intenso, tanto que casi podía palparlo. Y sin embargo era ella la que se sentía palpada por la suavidad aterciopelada de la noche y esa lluvia mágica.
Su cuerpo parecía ondularse mientras el polvo continuaba marcándola. Tardó largo rato en percatarse de que era la gasa la que se movía sobre su piel, destapándola con una lentitud hipnótica. Se arrugaba poco a poco, acariciando la piel erizada de sus muslos, rozando las puntas enhiestas de sus pechos, hasta converger en un punto en su bajo vientre de donde nacían oleadas de exquisita embriaguez.
No pudo detener el gemido trémulo que escapó de sus labios entreabiertos cuando una fuerza invisible abrió sus piernas y un aliento denso entibió su centro húmedo para volver a inflamarlo en un instante. Casi parecía que una lengua estuviera lamiendo la esencia que se escapaba de lo más profundo de sus entrañas.
Un impulso incontrolable le hizo girar el rostro, mirando por entre las pestañas la pulida pared de la torre. Un espejo en el que se veía a sí misma reflejada, recostada con total abandono sobre un lecho en el que nunca había encontrado descanso. Un espejo en el que pudo observar a su aya recogiendo el polvo dorado en su regazo, su ávido rostro alzado hacia el cielo. En el que vio la figura de un hombre, arrodillado a los pies de la cama, con la cabeza moviéndose incesante entre sus piernas.

La dulce miel de su centro no dejaba de escurrirse en sus labios. Gruñía como un animal cuando cada vez que sacaba la lengua de su interior volvía a su boca cubierta de su esencia líquida, caliente y adictiva. No podía parar de beber de su cuerpo y sabía que tenía que hacerlo si quería probar alguna otra parte más de él. Pero por el momento continuó besando sus muslos, torturando la delicada perla de sensaciones, hundiéndose en la cavidad empapada de su ser. Necesitaba enardecerla hasta la locura para poder degustar el río de pasiones que se escaparía de ella y así poder al fin saciar su primera necesidad. El ansia que lo dominaba por esa mujer le hizo volverse agresivo, mordiendo y succionando con más fuerza, con más descontrol, mientras abría sus piernas a él, alzando sus caderas para poder profundizar aún más, imponiendo un ritmo que la dulce virgen a la que devoraba ni siquiera podía sospechar.
Apretaba su lengua con los músculos ínfimamente desarrollados, lo justo para poder sentirlo entrando y saliendo de su interior. Curvaba la lengua hasta llegar con ella a un lugar blando y rugoso, que de vez en cuando la hacía gritar con deleite. Abrió la boca aún más, tomándola por entero, deslizando la lengua una y otra vez por entre sus labios hinchados, deteniéndose en la cima palpitante para rodearla y apretarla, una y otra vez.
Danae empezó a alzar las caderas, meciéndose contra su boca. Bajaba las manos con intención de apretar más su rostro contra ella, pero solo encontraba aire, y más tarde su propio cuerpo inflamado del que se apartaba con vergüenza. Hasta que la avidez por llegar al lugar que cada caricia prometía la alcanzó al fin, y dejó que los dedos resbalaran por la carne empapada de la que Zeus se alimentaba; y mientras ella luchaba por darse placer él esperaba paciente, junto a la fuente de la que manaba el néctar que le mantenía vivo.
Gritó al fin, sacudiendo las caderas con más fuerza, y él se aferró a sus muslos, abrió la boca codicioso y dejó que el clímax fluyera hasta su garganta, tragando hasta limpiarla de su deseo.

M.E. 1: La Lluvia Dorada I

Dánae, Rembrandt
Mucho tiempo había pasado ya desde que su padre la encerrara en tan protegida torre. Gruesos muros de bronce, una altura vertiginosa, la carcelera más fiel que nadie pudiera haber encontrado… Jamás escaparía de esa prisión.
Los cuadros de las paredes simulaban ventanas al exterior, con paisajes robados en un lienzo que no mitigaban su angustia, si acaso la hacían más profunda. Un atardecer en el mar, un amanecer en las montañas, pequeñas figuras paseaban como minúsculos insectos. Y ella quería conocer a todos y cada uno de ellos. Algo que no sería posible nunca.
—Es hora de dormir, pequeña —murmuró su vieja aya desde su diván, mientras cosía con hilo dorado una de sus túnicas.
Con un suspiro se levantó, dirigiéndose al aguamanil que contenía el único líquido capaz de refrescarla esa noche. Dejó caer la liviana tela que la cubría, quedando desnuda sin pudor. Nadie podía verla más que su aya y la mujer ya no veía como antaño.
Recogió sus dorados cabellos en una trenza, que luego recogió en un rodete sobre la nuca. Apenas se miró en las paredes pulidas que actuaban como un espejo. Se tenía demasiado vista.
Ahuecó las manos, tomando una pequeña cantidad de agua con la que se lavó la cara y el cuello. Luego dejó que se escurriera por sus pechos y su espalda, bajando en suaves regueros que se enterraban en los ardientes rizos de sus muslos. Suspiró de nuevo, cerrando los ojos y echándose más agua, intentando calmar el ardor perpetuo de su piel.

Así la vio Zeus mientras sobrevolaba la ciudad de Argos transformado en águila. No era una elección casual. El rey de los dioses en la figura del rey de las aves. El ejercicio había templado su sangre y esa muchacha cautiva calentaba su vientre.
Se posó en el techo de la broncínea torre, espiando entre las rejillas de un respiradero cómo la mujer se aseaba antes de ir a dormir. Desde las alturas apreció su cuerpo; la cabeza ladeada, los labios rosados y abiertos, recién humedecidos por su pequeña lengua, el arco elegante de una espalda blanca y estrecha, la dulce morbidez de sus caderas curvilíneas, sus nalgas lechosas, divididas por una línea que le tentaba a separarlas y espiar de cerca, unas torneadas piernas apenas dobladas, unos muslos ligeramente abiertos.
La muchacha rompió el hechizo cuando tomó un lienzo níveo y empezó a secar ese cuerpo pálido que le había provocado una lujuria incendiaria. Se metamorfoseó en hombre, manteniendo su figura divina sólo que menos imponente, menos llamativa, excepto por la fuerza de su masculinidad que se alzaba oscura y brillante hacia su ombligo. La tomó con dureza, deslizando la mano por toda su gruesa longitud mientras la joven secaba sus pechos con la tela ya casi transparente, dejando una gota de agua sobre el coralino pezón. Duro y arrugado, redondo como una avellana. La gota se deslizó y él lamentó el momento perdido. Ya nunca podría beber esa gota, lamer el camino plateado que había dejado sobre su piel. Pero sí probaría aquellas cimas como frutos secos, sostendría en sus manos el peso de esos melocotones maduros y aterciopelados y se los llevaría a la boca hasta que ésta se le hiciera agua y fuera su propia saliva la que perlara su cuerpo.
—Dánae, a la cama —ordenó perentoria una voz ajada.
No le preocupó que estuviera acompañada. Se limitó a murmurar para sí ese nombre, una y otra vez, dejando que el calor se extendiera por su cuerpo, así como el placer que su mano le otorgaba. Lluvia dorada. Así se llamaba. Asintió satisfecho al decidir cómo penetraría en la torre y en su cuerpo. La cubriría de oro y haría honor a su nombre.

Furia de Titanes

ESTA ENTRADA CONTIENE MUCHOS SPOILERS Y MUCHO CABREO.



Vamos a ver. Que yo hay cosas que todavía no entiendo. ¿Por qué diablos Hollywood insiste en cargarse una y otra vez esas historias mitológicas que han durado hasta nuestros días? ¿Por qué narices no pueden documentarse antes de hacer una película? ¡Estoy harta! Después de Troya, en la que la documentación brilla por su ausencia, llega Furia de Titanes. Si la antigua era mala, esta ya es pésima. Tiene tantos y tantos errores que no sé por donde empezar. Quizá el principio sea una buena opción:
Perseo, hijo de Zeus y Dánae. Por lo menos en la película los padres son los correctos. Su concepción, no. Acrisio, padre de Dánae y rey de Argos (no Cefeo y Casiopea), se enteró por un oráculo que sería muerto a manos de su nieto. El pensó en evitarse esa suerte encerrando a Dánae en una torre de bronce, de la que no saldría jamás. Pero ningún muro es inflanqueable para el rey de los dioses, que la vio y se prendó de ella. Se metamorfoseó en lluvia dorada y se dejó caer por una rejilla que había en el techo de la torre. Nueve meses después, Perseo vino al mundo.
- Según la película, Dánae es la mujer de Acrisio. Este inicia una revuelta contra los dioses (¿?) y mientras está en la guerra, Zeus se une a Dánae tomando la apariencia de su esposo. Esa, realmente, es la forma en la que Zeus se mete en la cama de Alcmena, convirtiéndose en su esposo Anfitrión. De esta última unión luego nacerá Hercules. Seriedad, por favor.
Infancia de Perseo. Acrisio descubre la existencia de Perseo cuatro años después de su nacimiento, por sus gritos que traspasan el grosor de los muros. Asustado, pero no queriendo incurrir en un pecado de sangre, mete a Dánae en una caja junto con el niño y los echa al mar. Zeus vela por ellos y los manda cerca de la isla de Sérifos, donde Dictis, un pescador, los recoge y los lleva a la corte de su hermano Polidectes. Allí se cría bajo la atenta mirada de su madre, que es acosada una y otra vez por el rey, pero que no se atreve a hacerle nada por su hijo. Una noche, Perseo se emborracha y Polidectes aprovecha para mandarle a buscar a la gorgona Medusa y así aprovecha y se lo quita de encima. Este es el comienzo de las aventuras de nuestro semidiós.
- Según la película, a Dánae la encierran en una caja nada más cometer el supuesto adulterio. Un pescador encuentra la caja con un bebé y la madre muerta (pobre Dánae, sí que ha durado). El sencillo pescador cría al niño junto con su mujer y más tarde tienen otra hija. El drama aparece cuando pasan cerca de la ciudad de Argos, donde Hades (¿?) mata a unos soldados que tiran al mar la estatua de Zeus. La estatua cae sobre el barco de Perseo y ahí no pasa nada. Luego Hades se hace una bola y se tira contra el barco, donde toda la familia muere menos Perseo. El entonces culpa a Hades de la muerte de su familia. Lo que no entiendo es el arrebato de Hades, ya que se lo inventan, por lo menos que lo hagan con lógica.
Buscando a Medusa. Nada más salir de la ciudad de Sérifos, Atenea y Hermes que se preocupaban por Perseo, le dan una serie de objetos que le ayudarán. Hermes le da sus sandalias aladas, Atenea un escudo de bronce bruñido y el casco de Hades, que le hace invisible al ponérselo. También le dicen donde encontrar a las tres Grayas, hermanas de las gorgonas, que le indicarían donde encontrar a Medusa. También le dice que use la astucia y no la fuerza ya que no le servirá de nada. Llega ante ellas y descubre a tres ancianas terroríficas que compartían un ojo y un diente. Mientras se pasaban el ojo de una a otra, Perseo se lo quita y hace un cambio: el paradero de Medusa por su ojo. Cuando obtiene la respuesta, tira el ojo al lago Tritonis, así las ancianas no pueden ir a avisar a sus hermanas. Una vez en la morada de las gorgonas, Perseo evita a Esteno y Euríale y va derechito a Medusa, la única mortal. Consigue acabar con ella utilizando el escudo como espejo y encierra su cabeza en un zurrón.
- Aquí, en la película, de camino en busca de las Grayas, Perseo se encuentra con ¡sorpresa! Acrisio (que sería el marido de Danae) que está deforme y con una fuerza descomunal que le ha dado Hades para poder matar a Perseo. Uno de sus acompañantes le corta la mano a Acrisio y de la sangre salen escorpiones gigantes contra los que Perseo y sus amigos tienen que luchar. Pero no pasa nada, porque va acompañado de una ninfa, Io (que yo juraría que en la historia real es la que se tira Zeus y luego convierte en ternera para que Hera no le dé pal pelo, pero bueno). Ah! Y también aparecen unos djin (¿estos no son los genios de las mil y una noches?) que les ayudan a controlar a los escorpiones y utilizarlos después como montura. El caso es que Io le enseña, en la película claro, cómo tiene que cargarse a Medusa y cuando lo hace y sale de su morada con la cabeza en el zurrón, Io le espera feliz. Pero Acrisio aparece por detrás y se la carga (¿?), con lo que luego, Perseo, tiene que cargárselo a él (¿?). Ah, y para ir a la morada de Medusa tiene que cruzar el río Estige. Y yo que había leído en algún sitio que Hércules fue el único mortal que se atrevió a entrar en los dominios de Hades. Además, ¿porqué no aprovecharía Hades mientras estaba por allí para darle lo suyo? Surrealista, de verdad.

Andrómeda. De vuelta a la isla de Sérifos para llevarle a Polidectes la cabeza de Medusa, pasa por Egipto, donde ve a Andrómeda atada y a una serpiente marina que se dirige a ella. Resulta, que su madre, Casiopea, había comparado su belleza con la de las Nereidas y la mismísima Hera, éstas se habían quejado a Neptuno (padre y hermano) y éste había mandado una serpiente marina a destrozar la ciudad. El oráculo de Amón había anunciado que la única forma de parar la destrucción era ofreciendo a Andrómeda al monstruo para que este la devorase. Así que allí estaba, esperando su sentencia. Perseo aprovecha entonces para convertir en piedra a la serpiente con la cabeza de Medusa y así poder acabar con ella. A todo esto, iba montando sobre el lomo del caballo alado Pegaso, que había surgido de la sangre de la Medusa al ser decapitada. El caso es que al salvarla, decide convertirla en su esposa y el padre de la muchacha no se le puede negar. Viven juntos durante muchos años y tienen muchos hijos (de hecho, son los abuelos de Alcmena, futura madre de Hércules)
- La peli nos presenta a Pegaso en un bosque junto a otros caballos alados (que están hechos de maravilla, eso tengo que reconocerlo) mucho antes de llegar a la morada de Medusa. El caso es que Perseo al perder a su familia es llevado por los soldados hasta el rey de Argos, donde Casiopea compara la belleza de su hija con Afrodita (¿?). En ese momento aparece Hades, les hecha un rapapolvo increíble por atentar contra los dioses y les dice que va a soltar al Kraken, su hijo (¿?). De verdad, yo juraría que todos los monstruos marinos son cosa de Poseidón, pero bueno. El caso es que les dice que la única forma de salvar la ciudad es entregando la sangre de Andrómeda. Entonces, desaparece y Perseo decide que va a salvar a Andrómeda. A la vuelta, cuando petrifica al Kraken, se marcha de Argos a pesar de que Andrómeda le dice que se quede y sea rey. El le dice que no, que sólo quiere ser un hombre. Lo siento por Hércules que ya no nace.
En fin, pido un voto para que estos desvaríos se acaben de una vez por todas. Que tampoco es tan difícil leerse dos páginas que pueden ocupar estas explicaciones y hacer un guión en condiciones. Sin contar con cosas como vestuarios y ambientación. Sé que es mucho más atractivo perder el tiempo con efectos especiales sublimes y los efectos en 3D, pero también hay gente a la que le gusta ir al cine para ver historias fieles a la realidad y no supeditadas al trabajo de un ordenador.
He dicho!