M.E. 3: Al Ritmo de las Mareas III


Odio a estos dos por encima de todas las cosas, creo que nunca me ha costado tanto escribir un puñetero relato. Ahí va la tercera parte:


Fuente de Anfítrite en La Granja de San Ildefonso

La mujer se envara ante esa petición insólita y la ofensa hace ademán de disolver los rastros del deseo. La curiosidad, sin embargo, gana la batalla contra la honra.
—¿Vas a mirar?
—Sólo para decirte lo que tienes que hacer.
Ella vuelve a asentir y se deja caer de nuevo sobre la roca. Apoya la palma entre sus piernas y la deja ahí, quieta, sintiendo las palpitaciones de su sexo contra ella.
—¿Ahora qué?
—Mueve los dedos.
Obedece titubeante, deslizando los dedos sobre su centro desnudo, encontrando la piel suave, cubierta de fino vello. El tacto le hace sentir extraña, pero en ningún caso ansiosa.
—No es tan bueno.
El parece titubear, algo incómodo.
—Ábrete más y pasa los dedos por dentro.
La nereida duda, pero deja que un dedo resbale entre la carne hasta encontrar los pliegues más cálidos… completamente húmedos. Sus ojos se abren por la ola que barre sus entrañas por dentro, desde el lugar donde mueve sus dedos. Un calor aún más extraño empieza a extenderse por sus muslos.
—¿Ahora qué?
—Recógelo y espárcelo hacia arriba.
Ella, alumna obediente, hace lo que le indica y lleva toda la humedad que escapaba de ella en la dirección que le señala. Su centro parece elevarse y cuando la yema de su dedo presiona contra la cima, una exclamación involuntaria se escapa de sus labios.
—Lo has encontrado —sonríe el macho, bajando una de sus manos por el pecho y el estómago libres de vello hasta esconderla bajo el agua—. Acarícialo. Arriba y abajo. En círculos. Encontrarás tu ritmo.
El ha encontrado el suyo, piensa Anfítrite, al ver su brazo moviéndose, los músculos tensándose. Ella tensa los suyos, como respuesta a los movimientos de sus dedos. La humedad con la que se ha empapado se va secando, por lo que vuelve a bajar. Cuando está de nuevo resbaladiza, retorna a la cima, al lugar que demanda sus caricias.
—Más rápido —urge el macho.
Ella obedece.
—Delfín… —jadea con sorpresa.
—Se siente mejor, ¿verdad? —él también parece tener problemas para respirar.
—Sí —responde en una exhalación de aliento.
A pesar de que el sol la ciega, deja los ojos abiertos para captar la expresión extasiada del macho. Imagina que ella luce una satisfacción y urgencia similares, su brazo tensándose con la misma frecuencia. Cuando el placer empieza a hacerse más intenso, abre aún más los muslos y se agarra a uno de ellos. Las caderas empujan contra su mano, se alzan buscando y deja que el instinto tome el control.
Desliza los dedos una y otra vez, y descubre que en círculos sobre la parte baja del pubis es mucho más intenso. Unos gemidos quedos le llegan al oído y descubre que es ella, facilitando una vía de escape al placer. Así que se acalla, mordiéndose los labios secos y permite a las sensaciones arremolinarse en su vientre, a la vez que presiona con más fuerza. Hasta que el remolino que se fragua entre sus piernas, se libera en olas de profundo placer que arrollan sus muslos y su pecho. Su grito se estrella contra las crestas de las olas y el macho imita su recorrido instantes después.
Permanece tendida con languidez, con las piernas abiertas, los pechos trémulos y el deseo escurriéndose por el centro justo de sus nalgas. La mano se ha quedado sobre su sexo y con los dedos esparce por él los restos del placer. Su carne no tarda en enardecerse de nuevo.
Su mirada encuentra la de Delfín. Su sonrisa habla de triunfo.
—Con un hombre es aún mejor.
Y Anfítrite le cree, después de probar el placer que le han proporcionado sus consejos.
—Llévame con él.

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