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Ares y Afrodita |
Empujó dentro de ella una y otra vez. Y siguió haciéndolo hasta que
pensó que el placer lo consumiría junto a ella. Su pequeño cuerpo no se
adaptaba a sus embates con facilidad, pero eso sólo significaba que el dolor
que la ocasionaba se transformaba en el acto en un placer delirante que la
hacía gritar sin freno.
La tenía aprisionada contra la mesa y los brazos de Afrodita se
agitaban y golpeaba contra la superficie pulida. Nunca la había gustado
sentirse indefensa, pero en ese momento era así como la quería. Rendida
completamente a él, incapaz de utilizar sus artes de diosa del placer, sino
recibiendo un poco de su misma medicina. Los dedos de Ares se clavaban en su
espalda, dejando marcas rojas en su piel de alabastro. Se sentía como una
bestia desatada, alimentándose de su presa.
Y, ¡por los dioses!, que él estaba disfrutando más que en toda su
vida.
Su pequeño sexo estaba más resbaladizo que la piscina de lapislázuli
en la que se había bañado, y por mucho que intentara cerrarlo a él, su miembro
siempre conseguía abrir la entrada y adaptarse a los estrechos contornos del
túnel que lo cobijaba. Esa estrechez le provocaba tal placer que a punto estuvo
de eyacular a la segunda embestida.
La velocidad de sus caderas aumentaba a cada segundo. La potencia a
cada milésima. En la habitación resonaban las palmadas que daba su vientre
contra las nalgas ya enrojecidas de la diosa, junto con los gemidos desbocados
que escapaban de su garganta. Dejó de sujetar su espalda para tomar los dos
perfectos glúteos en sus manos. Los apretaba y separaba, abriendo aún más la
carne de Afrodita y así poder hundirse en la carne divina. Ella sollozaba por
un orgasmo infinito que no había tardado en asaltarla, pero que no pretendía
abandonarla tan fácilmente. Él se sintió así el dios más poderoso del Olimpo,
capaz de hacer llorar de placer a la mujer más experimentada del Universo. Y no
tardó en dejar libre su propio placer, que se escapó en potentes descargas en
el interior del vientre de la diosa.
Poco tiempo después, fundidos en un ardiente abrazo, Afrodita ya había
olvidado el ataque del que había sido víctima, el dominio al que Ares había
sometido su cuerpo. Tan sólo recordaba el intenso éxtasis que la había disuelto
en un caleidoscopio de maravillosas sensaciones. Ronroneó como una gatita
saciada y se volvió en el colchó sobre el que habían aterrizado minutos antes,
acoplando sus nalgas desnudas en la curva de las ingles de Ares. Él gruñó como
respuesta, depositando suaves besos en sus hombros y rodeando la cintura de la
diosa con un brazo. Su miembro empezó a erguirse en el acto, haciéndose hueco
entre las piernas de Afrodita.
—¡Aah, mi amor! —gimoteó, moviendo el trasero contra él—. Aún no has
tenido bastante.
Se impulsó con sus poderosos brazos, hasta quedar sobre ella, donde
podía besarla a placer. Su boca era tan dulce como un bote de miel y él siempre
tenía hambre a su lado. Ella respondió al beso de forma feroz, enroscando los
brazos y las piernas entorno a él, moviendo las caderas contra su vientre para
empezar de nuevo el juego.
Ares decidió perderse de nuevo en la tortura lujuriosa de su cuerpo. Al
fin y al cabo, a eso se arriesgaba cada vez que pasaba una noche con la diosa
del deseo.
3 comentarios:
Guauuu!!! de verdad que el relato es super sensual y erótico!!! :D
Besitosss
Hola Kyra. Ante todo gracias por permitirme descubrirte al comentar en mi blog. Es una de las cosas que más me gusta de este mundo virtual, esta especie de cadena que te permirte conocer tantas y tantas cosas y sobre todo personas interesantes...
Me sumerjo en tus palabras y con tu permiso, me quedo en tu rincón. Que sepas que me he traído un pijama y un cepillo de dientes así que de aquí no me muevo, jaja.
Besos :)
Encantada de que te quedes por aquí, Elena!!
Nessie, me alegro de que guste.
Un beso enorme!
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