Todos creen que me gusta vivir en su tripa. Y no se equivocan.
No era feliz en el manantial, buceando hasta las profundidades musgosas, jugando entre las palmas de los cisnes, escondiéndome de los peces entre las escurridizas algas. Fue precisamente por culpa de una trucha que acabé perdido en la tubería.
Aquello parecía una broma pesada. Curva por allí, codo por allá, tirabuzón por acullá. Otro quizá habría disfrutado del tobogán, pero yo tengo forma helicoidal. Soy como una espiral a la que han estirado por los extremos. Me retuerzo sobre mí mismo como un gusano con retortijones. Así que entre mis vueltas y las de la cañería, caí tan mareado al vaso que apenas disfruté de un instante de luz antes de que ella me tragara.
Podría decir en su favor que no sabía que yo iba en el agua. Pero no lo haré. Desde que sabe que vivo con ella, ha hecho todo lo posible por acabar conmigo. Así que no pienso tener piedad alguna.
La tuve cuando al paladearme entre sus afilados dientes, no rasgué sus rosadas y sangrantes encías. La tuve cuando al descender por su esófago, no me atravesé agarrado a las viscosas y anilladas paredes. La he tenido durante cinco largos meses, aguantando preso en los bracitos ventosos que recubren la membrana de su estómago. Ciento cincuenta eternos días agarrado por una tela pringosa de la que apenas pude escapar unos pocos instantes. Un pequeño lujo de cortos baños en los ácidos, corrosivos para cualquier otra forma de vida, pero que a mí me hacen sentir más y más fuerte.
No era mi culpa si salpicaba el ardiente néctar ambarino. No era mi culpa si el jugo que ella misma produce acababa subiéndole hasta la boca. Y mucho menos era mi culpa que sus células no pudieran tolerarme. La única de la que yo disponía se fue dividiendo hasta formar todo un ejército de clones a los que aleccioné con intención de no forzar mi expulsión. Nada de lo que ocurrió fue mi culpa.
Me contuve una y mil veces cuando la luz sobrenatural incidía en aquella piscina de oro, reflejando destellos de opulencia que invitaban a largas y constantes inmersiones. Resistí la tentación de celebrar fiestas glotonas con todos aquellos manjares apenas mordisqueados. Podrían haber sido todos míos, pero me decidí por la convivencia. Ella, sin embargo, quiso matarme desde el momento en que supo de mi existencia.
Primero con aquellas pastillas azules y naranjas, que hacían espuma al contacto con el ácido y éste se disolvía tornándose casi en agua. Después con las otras blancas y amarillas que desprendían partículas asesinas y se adherían a nuestros tentáculos para arrastrarnos fuera de aquel cálido paraíso. Muchos de mis congéneres cayeron. Más tarde, de nuevo con las primeras.
Desde que conoce mi nombre puedo oír sus pensamientos con claridad, haciendo eco en aquella cavidad curva. Deshacerse de mi presencia se ha convertido en una obsesión, erradicar cualquier vestigio de mi paso por su aparato digestivo. Pero no he contenido durante tanto tiempo mis revoltosos instintos, para ser ahora despojado del único hogar que he conocido.
Así que cuando ella me ataca yo respondo, provocando ríos de lava que desgastan la mucosa que la recubre. En una esquina se aprecia ya un minúsculo cráter de epitelio enrojecido. Mis hijos-hermanos sacuden su abdomen con ansia, haciendo que el mundo que hay fuera se tambalee a su alrededor. Entonces grita mi nombre por dentro, se aprieta el vientre con saña y amenaza con mil y una maneras de hacerme sufrir una muerte memorable.
Puede que quiera que desaparezca de su vida. Puede que ella disponga de más armas a su alcance. De hecho, sé que si alguien perece en esta lucha, seré yo. Pero no me rendiré sin luchar. Y ella sabe que venderé cara mi derrota.
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De momento va ganando, pero no por mucho tiempo...
2 comentarios:
Dale duro, nena! No aguantará mucho más.
Ya conocía tu opinión sobre el bicho, pero no sabía nada de lo que opinaba él.
Ha estado genial!
Un besote
Lo importante es que ya te has quedado con su cara, ¡ese bichejo tiene los días contados! >:(
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