X. LA
VICTORIA
—¿Qué tal te fue con el hombre de la tarjeta?
A cada segundo su mente se perdía en los sucesos de esa habitación
609, que tanta dicha le habían traído. Su vida parecía haber mejorado de forma
notable. No sólo ella se veía más hermosa, sino que los demás también lo
hacían. Los problemas parecían menos irritantes y las alegrías mucho más
intensas. Se sentía viva. Por fin se sentía mujer.
Los hombres se volvían a su paso, lanzándole miradas de deseo,
mientras que las mujeres la observaban con profunda envidia. Casi sentía
lástima por ellas. Pero no hacía tanto tiempo que Karen se había contado entre
las integrantes de sus filas.
Por un momento pensó en pasarles la tarjeta de la felicidad. Una
visita a ese hombre misterioso y todas las mujeres serían capaces de aceptar la
verdad. «Nunca serás capaz de amar, si no
te amas a ti misma.» Y de igual forma esa enseñanza se podía aplicar al
deseo. Pero a saber si Mike seguiría todavía allí o había vuelto al infierno
del que había salido, porque sólo en brazos del mismísimo diablo habría sido
capaz de dejarse invadir por semejante lujuria.
—Fue algo sublime.
—¿Crees que volverás a verlo?
¡Ojala! Pero lo dudaba. Mike no era un hombre para ella. Era un hombre
destinado al placer de todas las mujeres. Y sería la más egoísta de su sexo si
se propusiera privarlas de semejante regalo.
Aquella noche había agotado todas sus papeletas. Habían hecho el amor
de tantas maneras, habían llegado al éxtasis tantas veces, que supo sin
necesidad de preguntar que sus caminos no volverían a encontrarse.
No importaba, le había dejado unos recuerdos exquisitos y unas
valiosas enseñanzas. Y se habían despedido de la mejor manera: con potentes y
desgarradores orgasmos.
—No es probable
—Karen, te noto cambiada.
¡Y tanto! Nunca más volvería a ser la apocada mujer que dejaba pasar
la vida, mirando desde un rincón. Seguiría aprovechando las oportunidades que
se le presentaran, viviría minuto a minuto. Precisamente porque eso era el
momento: el aquí y el ahora. No valía de nada esperarlo en un futuro, ni pensar
que ya se había ido y no se había aprovechado. Las cosas importantes en la vida
sucedían ni más ni menos cuando tenían que suceder. Sólo había que tener el
valor suficiente para convertir los pensamientos en acciones, los deseos en
verdades absolutas.
¡Sí, había cambiado! Y daba gracias a Mike por haberla ayudado.
—Me encontré a Peter el otro día
Una sonrisa perversa ensanchó sus labios carnosos, hinchados por los
labios de un amante.
—Yo también
Y estaba bien acompañado, como siempre. Esta vez de una morena
despampanante que chupaba con sus labios siliconados el lóbulo de su oreja. Sus
manos se perdían bajo la mesa y, probablemente, bajo sus pantalones. El descaro
natural del hombre afloró al primer vistazo.
—Increíble, no vas abrochada hasta la barbilla.
Se limitó a sonreír, con los ojos clavados en la rosada lengua de la
mujer y más tarde en sus pechos, demasiado prietos como para ser naturales, que
se apoyaban en el brazo del hombre. No había fallado, las uñas rojas de la Barbie ,
acariciaban el grueso miembro de su ex, que se sacudía por el deseo y crecía
bajo su mirada.
—¿Quieres unirte a nosotros? —preguntó con maldad.
—No —había contestado señalando a la mujer—, quiero unirme a ella.
Había pasado sobre ellos, colocándose junto a la complaciente y
sorprendida joven que había detenido el movimiento de sus dedos. Karen los
tomó, raspando sin pena la piel delicada del glande, y se los llevó a la boca,
lamiéndolos uno por uno, lanzando promesas silenciosas con sus ojos. La mujer gimió
y le siguió el juego, pensando que era otra de las bromas de su amante.
Nada más lejos de la realidad. El hombre las miraba boquiabierto,
perdido en la marea de ira y odio que poco a poco le iba invadiendo. Su miembro
cayó fláccido contra su vientre, ante la visión de dos mujeres que compartían
el placer, que se sabían capaces de complacerse mutuamente. Peter era de esa
clase de hombres, de los que se excitaban atando a una mujer a él y no
comprendían su libertad. Eso le daba su poder. Y ella se lo estaba quitando.
Sonrió de nuevo mientras tomaba la boca de la morena en la suya,
mientras chupaba sus labios mullidos y llevaba la mano a la ardiente oscuridad
bajo su falda.
—Está mojada, Peter. Mucho —ronroneó lamiendo su cuello—. Te gustaría
follarla, ¿verdad? Y sin embargo soy yo quién va a hacerlo —la morena gimoteó
cuando sus dientes apretaron los senos tirantes, humedeciéndolos por encima de
su camiseta. Dos círculos mojados hicieron transparentes la tela de su
camiseta, dejando a la vista la oscuridad de sus pezones—. Voy a follarla hasta
que grite de placer, hasta que espante a todos los clientes de este apestoso
bar. También dejaré que ella me folle y entonces, me correré, entorno a sus
dedos bien clavados dentro de mí y ella podrá lamer el jugo de mi orgasmo.
La mujer se retorció bajo su toque experto y arqueó la espalda,
alzando los pechos hacia su boca.
—Ella conseguirá lo que tú no hiciste nunca, Peter. Puedes quedarte, mirar
y aprender cómo se hace. O puedes irte cuando gustes. El caso es que, aquí,
ninguna te necesitamos.
Lo había ignorado desde ese preciso instante, dedicándose a dar placer
a la mujer que se estremecía junto a ella, suplicando por más.
—Ya te lo dije —sus labios se curvaron aún más, expresando en esa
sonrisa toda su satisfacción—. Peter es historia.
— FIN —
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