Cuarta y última parte del relato de los Asesinos. Espero que os haya gustado y en especial a Lhyn. al fin y al cabo, era un regalo para ella. Os dejo con el final!
ASESINOS (IV)
El sexo fue maravilloso. Como había sido siempre. Como Fate recordaba. No. Como Martha… En esos momentos, rodeada por sus fuertes brazos, acurrucada en su enorme pecho, se sentía como la joven ingenua que había pasado las horas soñando con el próximo encuentro. Recostada al lado de Devlin, con los dedos del hombre acariciando la espalda desnuda, volvía a ser la despreocupación personificada, hecha mujer, sin más objetivo que el de pasar el resto de su vida retozando sobre su piel morena.
No había misiones, no había sangre, no había pasado… Ni futuro.
Suspiró con resignación y él se percató del cambio de actitud. Los dedos se detuvieron sobre una cicatriz no muy antigua y habló, como siempre lo había hecho, enredándola para llevarla de cabeza a su terreno.
—Tengo una pregunta… antes de que me digas que tengo que marcharme.
Martha se volvió hasta quedar de espaldas sobre el colchón, con los brazos levantados por encima de la cabeza.
—Dispara —sonrió por lo apropiado de la palabra.
Devlin se colocó sobre ella, apoyado en los antebrazos para no aplastarla una vez más.
—¿Cómo pensabas matarlo? —agachó la cabeza para besar la línea húmeda que descendía entre sus pechos—. No creo que romperle el cuello estuviera en tus planes.
Su aliento mandaba escalofríos por todo el cuerpo e hizo que encogiera los dedos de los pies.
—Tetradoxitoxina —dijo sin más.
—¡JA! Sabía que había veneno por alguna parte.
Ella dejó escapar una risa que le salió de lo más hondo de las entrañas, maliciosa y provocadora, no tanto por su salida sino por lo que le hacían sus dientes en la parte baja del pecho.
—¿Y cómo pensabas suministrársela?
—Con la boca —el asesino alzó la cabeza, horrorizado, y ella se apresuró a explicar—. Con una cápsula que aprendí a partir sin que me cayera una sola gota.
Lo vio sacudir la cabeza como negándose a aceptar el peligro que había corrido. Pero lo había conseguido. Estaba viva y pensaba seguir estándolo durante muchos años más.
—Pequeña loca —murmuró—. Podrías haberte matado.
—En la cápsula no había suficiente para matar a una persona.
—Pero él murió —su boca volvía a estar enredada con un pezón.
—Sí —jadeó ella, y continuó bajando la mirada para no perderse su reacción —, el resto me lo unté en el pecho, sobre una protección de silicona.
La boca se detuvo. También su lengua. Y desde su postura inclinada le otorgó una mirada profunda de alarma. Martha no pudo aguantar y se deshizo en carcajadas.
—A mí no me hace gracia —se alzó otra vez, intentando contener las sacudidas que provocaba la risa.
—Puedes estar tranquilo, me froté bien en la ducha.
—Permíteme tener mis dudas —replicó mordaz antes de ordenarle—: Abre la boca.
La mujer obedeció entre espasmos de risa y él la acalló con la lengua… Y con la lengua siguió buscando un rato más.
* * * * *
Fate se levantó al amanecer. No remoloneó en la cama. Atrás quedaban Martha y su debilidad. De nuevo era la asesina de rectitud intachable, capaz de rociarse con veneno para acabar con un objetivo.
Se vistió con rapidez y metió en una pequeña maleta las pocas cosas que había traído consigo. Las armas las llevaba siempre en el cuerpo. Se vistió con rapidez, sin darse tiempo a pensar en lo que dejaba atrás… mejor dicho, en quién dejaba atrás. Pero estaba ya en la puerta cuando se volvió para echar un vistazo al hombre que había sido su sueño y su pesadilla durante muchos años. No el hombre. El asesino. Volvía a ser el pérfido que había acabado con su inocencia y con su vida.
—¿Ya te vas? —preguntó él tan despierto como Fate y con una frialdad de la que no había hecho gala en toda la noche.
«Mejor así».
—Me voy.
—¿Sin una triste despedida?
—Toda la noche ha sido una larga despedida —matizó, y que le quedara bien claro.
Devlin esbozó una sonrisa que no llegó a reflejarse en sus ojos.
—Ha sido una buena noche, ¿verdad?
—No ha estado mal.
Había estado mucho mejor que esas palabras vacías, pero él lo sabía y darle la razón sólo habría servido para alimentar aún más su vanidad.
—No te entretengo más —alzó los brazos y apoyó en ellos la cabeza, consciente del impacto que esa postura provocaba en el cuerpo de la mujer.
—Adiós.
—Martha —llamó.
Ella no se movió, no se volvió. No era necesario verle para imaginarle, tendido en la cama con las sábanas revueltas alrededor de las caderas, sus amenazantes ojos verdes quemando aún en la distancia.
—¿Sí?
—Hasta que volvamos a encontrarnos.
«No. Hasta siempre» pensó, pero no en voz alta. No perdió más tiempo con palabras que acabarían transformándose en hiel en su boca. Cerró la puerta con suavidad al salir, como si la calma que aparentaba estuviera también en su interior.
Lo cierto era que sentía el alma torturada y los remordimientos pesándole en la boca del estómago. Y no sólo por lo de aquella noche.
Cruzó las puertas del hotel sin mirar un solo momento atrás mientras le reprochaba en silencio haber irrumpido de nuevo en su vida como una tormenta destructiva. No tenía derecho a herirla de nuevo y ella no debería haberlo consentido. Pero no pasaría nunca más…
A cuatro manzanas se volvió hacia la torre que era el hotel. Lo miró a través del cristal ondulado que eran las lágrimas agolpándose en sus ojos.
Sacó un pequeño teléfono negro con sus manos enfundadas en guantes de cuero y marcó los dígitos que accionarían el cajetín escondido bajo la cama.
Las lágrimas no se arriesgaban a caer, conscientes del odio de Fate ante cualquier demostración pública de debilidad. Aunque la pena estaba a punto de partirla en dos.
Acarició el botón verde de llamada que sellaría de una vez la puerta abierta de su pasado, la misma que la habría llevado a convertirse en una asesina letal.
Su mente no dejaba de bombardearle con imágenes del hombre que había dejado atrás. Sí, el hombre. No el asesino despiadado. Su corazón, al mismo tiempo, le censuraba una decisión nacida del despecho y la ira, una decisión que terminaría por romperlo en pedazos.
La lágrima resbaló por su mejilla a la vez que el botón verde se hundía bajo la presión del pulgar. Una segunda brilló iluminada por la explosión que barrió la habitación en la que unas horas antes había vuelto a encontrar la dicha. No se permitió sentir más lástima. Ni por él, ni por sí misma.
—Hasta siempre —susurró con la garganta cerrada por el dolor.
Caminó sin prisa por las avenidas atestadas de curiosos. Desmontó el móvil con maestría, sin detener el paso en sentido contrario a los coches de policía. La batería cayó en una alcantarilla, la tarjeta en el bolso de una turista despistada. El resto nadó en las aguas mansas del río Dnieper. No se detuvo hasta llegar a la estación de tren, tras comprar un billete de ida a Ginebra, en busca del dinero que había ganado con una nueva muerte.
Avanzó por el andén atestado, oyendo sin escuchar las voces que anunciaban orígenes y destinos. Le gustaban los trenes. Le gustaba fundirse con el gentío, haciéndose pasar por uno de aquellos seres con los que ya no se sentía identificada, imaginando que volvía a ser una inocente joven enamorada.
Esa mañana se sentía más bien como una viuda desconsolada, llorando en silencio la muerte del único hombre al que había amado. Esa mañana, entró en su vagón de turista sin el habitual interés hacia la gente que la rodeaba
Sonó el último aviso y las puertas se cerraron con un golpe seco. El tren dio un par de sacudidas antes de avanzar por las vías. Giró el rostro desencajado en dirección al andén, perdiendo la mirada entre la marabunta de gente que corría, lloraba, se besaba…
Creyó ver el brillo de dos ojos verdes.
Se enderezó en el asiento y buscó entre la multitud que se alejaba cada vez a mayor velocidad. De nuevo el relámpago esmeralda de las llamas de la ira, clavándose en ella con una promesa de venganza.
Una esperanza ilógica, un alivio insano, hicieron que su corazón palpitara de nuevo. Podía haber sido simplemente el reflejo de sus propias ganas. Pero había creído verlo, y eso sólo sucedía si Devlin quería ser encontrado.
Se apoyó de nuevo en el respaldo con una sonrisa absurda curvando sus labios.
«Hasta que volvamos a encontrarnos» recordó sus palabras, las paladeó en la boca como si fuera su lengua la que golpeaba en ella.
Con solo un vistazo había perdido los cinco millones que pedían por su cabeza.
La sonrisa se hizo aún más amplia y la sintió refulgir en sus pupilas.
La caza no había hecho más que empezar.
2 comentarios:
Sabes lo especial que ha sido este regalo para mí. Te lo dije en privado y te lo repito de nuevo por aquí. Es sencillamente maravilloso y me siento tan identificada en parte (no es que sea una asesina, pero tú ya me entiendes XDDDD)
Gracias. No sólo por esto, sino por todo. Gracias.
Te quiero bss
Gracias a ti. Por el blog, por las fotos... también por todo.
Te quiero mogollón y me alegro de que te haya gustado.
Besotes, reina.
Publicar un comentario
Todo lo que quieras comentar, estaré encantada de leerlo y publicarlo. De hecho, quedaré más que agradecida.